XII – Hay tres círculos de la existencia: el círculo de la región
vacía (ceugant), donde –excepto Dios– no hay nada de vivo ni de
muerto, y
ningún ser más que Dios puede atravesarlo; el círculo de la
migración (abred), donde todo ser animado procede de la muerte, y
el hombre lo ha atravesado; y el círculo de la felicidad (gwynfyd),
donde todo ser animado procede de la vida, y el hombre lo
atravesará en el cielo.
XIII – Tres estados sucesivos de seres animados: el estado de
descenso en el abismo (annoufn), el estado de libertad en la
humanidad y el estado de felicidad en el cielo.
XIV – Tres fases necesarias de toda existencia con relación a la
vida: el comienzo en annoufn, la transmigración en abred y la
plenitud en gwynfyd; y sin estas tres cosas nadie puede existir,
excepto Dios.
«Así, en resumen, sobre ese punto capital de la teología cristiana,
de que Dios –por su poder creativo– saca a las almas de la nada, las
tríadas no se pronuncian de una manera precisa. Después de haber
mostrado a Dios en su esfera eterna e inaccesible, ellas muestran
simplemente a las almas naciendo en las profundidades del
Universo, en el abismo (annoufn); de allí, esas almas pasan al
círculo de las migraciones (abred), donde su destino se determina a
través de una serie de existencias, conforme al buen o mal uso que
hayan hecho de su libertad; en fin, se elevan al círculo supremo
(gwynfyd), donde las migraciones cesan, donde no se muere más,
donde de aquí en adelante la vida transcurre en la felicidad,
conservando en todo su perpetua actividad y la plena conciencia de
su individualidad. En efecto, el druidismo no cae en el error de las
teologías orientales que conducen al hombre a ser absorbido
finalmente en el seno inmutable de la Divinidad; porque, al
contrario, distingue un círculo especial, el círculo del vacío o del
infinito (ceugant), que forma el privilegio incomunicable del Ser
supremo, y en el cual ningún ser –sea cual fuere su grado de
santidad– podrá jamás penetrar. Éste es el punto más elevado de la
religión, porque marca el límite puesto al vuelo de las criaturas.
«El rasgo más característico de esta teología, aunque sea un rasgo
puramente negativo, consiste en la ausencia de un círculo particular,
tal como el Tártaro de la antigüedad pagana, destinado a la punición
sin fin de las almas criminales. Entre los druidas, el infierno
propiamente dicho no existe. A sus ojos, la distribución de los
castigos se efectúa en el círculo de las migraciones a través del
compromiso de las almas en pasar por condiciones de existencia
más o menos infelices, donde –siempre dueñas de su libertad–
expían sus faltas a través del sufrimiento y se disponen, por la
reforma de sus vicios, a un futuro mejor. En ciertos casos, puede
incluso suceder que las almas retrograden hasta esa región de
annoufn, donde nacen, y a la cual no parece muy posible dar otro
significado que el de la animalidad. Por este lado peligroso (la
retrogradación), y que nada justifica, ya que la diversidad de las
condiciones de existencia en el círculo de la humanidad es
perfectamente suficiente a la penalidad de todos los grados, el
druidismo habría entonces
llegado a deslizarse hasta en la metempsicosis. Pero este lamentable
extremo, al cual no conduce ninguna necesidad de la doctrina del
desenvolvimiento de las almas por el camino de las migraciones,
parece haber ocupado –como se ha de juzgar por la serie de tríadas
relativas al régimen del círculo de abred– un lugar secundario en el
sistema de la religión.
«Excepto algunas obscuridades que tal vez son debidas a las
dificultades de una lengua cuyas profundidades metafísicas no son
todavía bien conocidas, las declaraciones de las tríadas en lo tocante
a las condiciones inherentes al círculo de abred esparcen las más
vivas luces sobre el conjunto de la religión druídica. Se siente en ella
respirar el soplo de una originalidad superior. El misterio que a
nuestra inteligencia ofrece el espectáculo de nuestra existencia
presente, toma allí un giro singular que no se ve en ninguna otra
parte, y se diría que un gran velo se rasga antes y después de la vida,
haciendo conque de repente el alma se sienta nadar, con una fuerza
inesperada, a través de una extensión indefinida que, en su encierro
entre las pesadas puertas del nacimiento y de la muerte, no era capaz
de sospechar por sí misma. Cualquiera que fuere el juicio que se
haga sobre la veracidad de esta doctrina, no se puede negar que sea
una doctrina poderosa; y al reflexionar sobre el efecto que debía
inevitablemente producir en las almas ingenuas tales aperturas sobre
su origen y su destino, es fácil darse cuenta de la inmensa influencia
que los druidas habían adquirido naturalmente sobre el espíritu de
nuestros antepasados. En medio de las tinieblas de la Antigüedad,
esos ministros sagrados no podían dejar de aparecer a los ojos de las
poblaciones como los reveladores del Cielo y de la Tierra.
«He aquí el texto notable que abordamos: