Revista espírita — Periódico de estudios psicológicos — 1858

Allan Kardec

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Muchas personas que hoy aceptan perfectamente el magnetismo, durante mucho tiempo cuestionaron la lucidez sonambúlica; en efecto, es que esta facultad ha venido a cambiar el rumbo de todas las nociones que teníamos sobre la percepción de las cosas del mundo exterior y, entretanto, desde hace bastante tiempo se tenía el ejemplo de los sonámbulos naturales, que gozan de facultades análogas y que –por raro contraste– nunca se buscó profundizar. Hoy la clarividencia sonambúlica es un hecho adquirido y, si todavía es cuestionada por algunas personas, es porque las nuevas ideas demoran en echar raíces, sobre todo cuando es preciso renunciar a las que se sostuvo durante tanto tiempo; es así también que muchas personas han creído –como aún lo hacen con las manifestaciones espíritas– que el sonambulismo podía ser experimentado como una máquina, sin tener en cuenta las condiciones especiales del fenómeno; es por eso que, al no haber obtenido a su capricho y oportunamente resultados siempre satisfactorios, han concluido por la negativa. Fenómenos tan delicados exigen una observación lenta, asidua y perseverante, a fin de captar los matices frecuentemente fugitivos. Es igualmente a consecuencia de una observación incompleta de los hechos que ciertas personas, aunque admitan la clarividencia de los sonámbulos, cuestionan su independencia; según ellos, su visión no se extiende más allá del pensamiento de aquel que los interroga; incluso algunos pretenden afirmar que no hay visión, sino simplemente intuición y transmisión de pensamiento, y citan ejemplos en su apoyo. Nadie duda que el sonámbulo, al ver el pensamiento, pueda a veces traducirlo y ser eco del mismo; nosotros también no cuestionamos que, en ciertos casos, pueda ser influenciado: habiendo sólo eso en el fenómeno, ¿ya no sería un hecho muy curioso y muy digno de observación? Por lo tanto, la cuestión no está en saber si el sonámbulo es o puede ser influenciado por un pensamiento ajeno; esto no está en duda, pero sí en saber si es siempre influenciado: éste es un resultado de la experiencia. Si el sonámbulo nunca dice otra cosa que lo que sabéis, es indiscutible que traduce vuestro pensamiento; pero si en ciertos casos dice lo que no sabéis, si contradice vuestra opinión, vuestra manera de ver, es evidente que él es independiente y que no sigue su propio impulso. Un solo hecho de este género bien caracterizado sería suficiente para probar que la sujeción del sonámbulo al pensamiento de otro no es una cosa absoluta; ahora bien, existen millares de ellos; entre los que son de nuestro conocimiento personal, citaremos los dos siguientes:

El Sr. Marillon, residente en Bercy, rue de Charenton (calle Charenton) N° 43, había desaparecido el 13 de enero último. Todas las investigaciones para descubrir su rastro habían sido infructuosas; ninguna de las personas a las que él acostumbraba visitar lo había visto; ningún asunto podía motivar una ausencia tan prolongada; por otro lado, su carácter, su posición y su estado mental descartaban toda idea de suicidio. Quedaba por pensar que él hubiese sido víctima de un crimen o de un accidente; pero, en esta última hipótesis, habría podido ser fácilmente reconocido y conducido a su domicilio o, al menos, llevado a la morgue. Por lo tanto, todas las probabilidades se inclinaban hacia el crimen; fue en este pensamiento en el que se detuvieron, con mayor razón porque se creía que había salido para efectuar un pago; pero ¿dónde y cómo había sido cometido el crimen? Es lo que se ignoraba. Entonces su hija recurrió a una sonámbula, la Sra. Roger, que en muchas otras circunstancias parecidas había dado pruebas de una notable lucidez, que nosotros mismos hemos podido constatar. La Sra. Roger siguió al Sr. Marillon desde que salió de su casa, a las 3 horas de la tarde, hasta cerca de las 7 de la tarde, en el momento en que se disponía a regresar; ella lo vio descender por las orillas del Sena por un motivo acuciante; allí –dijo ella– tuvo un ataque de apoplejía, lo vio caer sobre una piedra, hacerse un corte en la frente y después deslizarse en el agua; por lo tanto, no ha sido un suicidio ni un crimen; vio también su dinero y una llave en el bolsillo de su gabán. Ella indicó el lugar del accidente; pero – agrega– no es allí donde está ahora, ya que ha sido fácilmente arrastrado por la corriente; se lo ha de encontrar en tal lugar. En efecto, fue esto lo que tuvo lugar; tenía la herida indicada en la frente; la llave y el dinero estaban en su bolsillo y la posición de sus vestimentas demostraba suficientemente que la sonámbula no se había equivocado sobre el motivo que lo había conducido a orillas del río. Delante de todos estos detalles, nos preguntamos dónde se puede ver la transmisión de cualquier pensamiento. He aquí otro hecho donde la independencia sonambúlica no es menos evidente.

El Sr. y la Sra. Belhomme, labradores en Rueil, rue Saint-Denis (calle San Denis) N° 19, tenían de reserva una suma de alrededor de 800 a 900 francos. Para más seguridad la Sra. Belhomme la guardó en un armario, del cual una parte estaba destinada a la ropa vieja y la otra a la ropa nueva: fue entre esta última que el dinero fue guardado; en ese momento alguien entró y la Sra. Belhomme se apresuró en cerrar el armario. Pasado algún tiempo y teniendo necesidad de dinero, ella estaba convencida de haberlo puesto entre la ropa vieja, porque ésa había sido su intención, en la idea de que lo viejo tentaría menos a los ladrones; pero, en su precipitación, a la llegada del visitante, lo había guardado en el otro compartimiento. Estaba tan convencida de haberlo puesto entre la ropa vieja que incluso ni le vino la idea de buscarlo en otra parte; al encontrar el lugar vacío, y recordándose de la visita, creyó haber sido notada y robada, y –persuadida de esta manera– sus sospechas recayeron naturalmente sobre el visitante.

Sucede que la Sra. Belhomme conocía a la Srta. Marillon, de la cual hemos hablado más arriba, y le contó su desventura. Ésta, habiéndole relatado el medio por el cual su padre había sido encontrado, le recomendó dirigirse a la misma sonámbula, antes de dar cualquier paso. El Sr. y la Sra. Belhomme se dirigieron, pues, a la casa de la Sra. Roger, bien convencidos de haber sido robados y en la esperanza de que les fuese indicado el ladrón que, en su opinión, no podía ser otro que el visitante. Por lo tanto, tal era su pensamiento exclusivo; ahora bien, la sonámbula, después de una minuciosa descripción del lugar, les dijo: «No habéis sido robados; vuestro dinero está intacto en vuestro armario: sólo que habéis creído guardarlo entre la ropa vieja, mientras que lo habéis hecho entre la ropa nueva; volved a vuestra casa y lo encontraréis allí». En efecto, fue lo que sucedió.

Al relatar estos dos hechos –y podríamos citar muchos otros también tan concluyentes– nuestra finalidad ha sido probar que la clarividencia sonambúlica no siempre es el reflejo de un pensamiento ajeno; que el sonámbulo puede así tener una lucidez propia, completamente independiente. De esto resaltan consecuencias de una alta gravedad desde el punto de vista psicológico; aquí encontramos la clave de más de un problema que examinaremos ulteriormente al tratar de las relaciones que existen entre el sonambulismo y el Espiritismo, relaciones que arrojan una luz completamente nueva sobre la cuestión.