Caracteres generales – Predominio de la materia sobre el
Espíritu. Propensión al mal. Ignorancia, orgullo, egoísmo y todas las
malas pasiones que son su consecuencia.
Tienen la intuición de Dios, pero no lo comprenden.
Todos no son esencialmente malos, y en algunos hay más ligereza,
inconsecuencia y malicia que verdadera maldad. Unos no hacen ni el
bien ni el mal, pero por el simple hecho de no practicar el bien
denotan su inferioridad. Otros, por el contrario, se complacen en el
mal y se sienten satisfechos cuando encuentran la ocasión de
hacerlo.
Pueden aliar la inteligencia a la maldad o a la malicia; pero, sea
cual fuere su desarrollo intelectual, sus ideas son poco elevadas y
sus sentimientos más o menos abyectos.
Sus conocimientos acerca de las cosas del mundo espírita son
limitados, y lo poco que saben se confunde con las ideas y prejuicios
de la vida corporal. Al respecto, sólo pueden darnos nociones falsas
e incompletas, pero el observador atento encuentra con frecuencia en
sus comunicaciones –aunque imperfectas– la confirmación de
grandes verdades enseñadas por los Espíritus superiores.
Su carácter se revela por su lenguaje. Todo Espíritu que, en sus
comunicaciones, deje escapar un pensamiento malo, puede ser
incluido en el tercer orden; por consecuencia, todo pensamiento
malo que nos sea sugerido proviene de un Espíritu de este orden.
Éstos ven la felicidad de los buenos y esta visión es para ellos un
tormento incesante, porque sienten todas las angustias que pueden
producir la envidia y los celos.
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Conservan el recuerdo y la percepción de los sufrimientos de la
vida corporal, y esta impresión es frecuentemente más penosa que la
realidad. Por lo tanto, sufren verdaderamente no sólo por los males
que han soportado, sino también por los que han ocasionado a otros;
y como sufren por mucho tiempo, creen que siempre han de sufrir:
Dios, para punirlos, quiere que así lo crean.
Podemos dividirlos en cuatro clases principales.