Los fenómenos operados por el Sr. Home han producido aún más
sensación porque han venido a confirmar los relatos maravillosos
llegados de ultramar, a cuya veracidad se le atribuía una cierta
desconfianza. Él nos ha mostrado que, dejando a un lado las posibles
exageraciones, aún quedaba bastante como para atestar la realidad
de los hechos que se verifican fuera de todas las leyes conocidas.
Se ha hablado del Sr. Home en los más diversos sentidos, y
reconocemos que falta mucho para que le sea simpático a todo el
mundo, a unos por tener ideas preconcebidas, a otros por ignorancia.
Podremos hasta admitir
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entre estos últimos una opinión concienzuda, por no haber logrado
constatar los hechos por sí mismos; pero si, en este caso, la duda es
permitida, una hostilidad sistemática y apasionada está siempre
fuera de lugar. En todo caso, juzgar lo que no se conoce es una falta
de lógica, y desacreditar sin pruebas es un olvido de las
conveniencias. Por un instante, hagamos abstracción de la
intervención de los Espíritus, y no veamos en los hechos relatados
sino simples fenómenos físicos. Cuanto más extraños son estos
hechos, más atención merecen. Explicadlos como quisiereis, pero no
los neguéis a priori, si no queréis poner en duda vuestro juicio. Lo
que debe sorprender, y lo que nos parece aún más anormal que los
fenómenos en cuestión, es ver a aquellos mismos que sin cesar
despotrican contra la oposición de ciertas corporaciones eruditas –en
lo que respecta a las ideas nuevas– que constantemente les echan en
cara, y esto en los términos menos comedidos, los sinsabores
sufridos por los autores de los descubrimientos más importantes:
Fulton, Jenner y Galileo –que a cada instante citan–, caer
aquellos mismos en un defecto semejante, ellos que dicen, con
razón, que hace todavía pocos años, cualquiera que hubiera hablado
de comunicarse en algunos segundos de un extremo al otro del
mundo, habría pasado por insensato. Si creen en el progreso, del que
se dicen los apóstoles, que por lo tanto sean consecuentes consigo
mismos y no se granjeen el reproche que les hacen a los otros de
negar lo que no comprenden.
Volvamos al Sr. Home. Llegado a París en el mes de octubre de
1855, se encontró desde un principio lanzado al mundo más elevado,
circunstancia que hubiera debido imponer más circunspección en el
juicio formado sobre él, ya que cuanto más elevado y esclarecido es
ese mundo, menos sospechoso es el hecho de dejarse engañar
benévolamente por un aventurero. Inclusive esta posición ha
suscitado comentarios. Se preguntan quién es el Sr. Home. Para
vivir en ese mundo, para hacer costosos viajes, es necesario –dicen–
que tenga fortuna. Si no la tiene, es necesario que sea amparado por
personas poderosas. Sobre este tema se han levantado mil
suposiciones, unas más ridículas que las otras. ¡Qué no se ha dicho
también de su hermana, a la que ha ido a buscar hace alrededor de
un año; decían que era una médium más potente que él; que ambos
deberían realizar prodigios capaces de hacer palidecer los de Moisés.
Más de una vez nos han dirigido preguntas sobre este asunto; he
aquí nuestra respuesta.
Al llegar a Francia, el Sr. Home no se ha dirigido al público; no le
gusta ni busca la publicidad. Si hubiera venido con un objetivo de
especulación, hubiese recorrido el país llamando a la propaganda en
su ayuda; habría buscado todas las ocasiones de mostrarse, mientras
que él las evita; hubiera puesto un precio a sus manifestaciones,
mientras que no pide nada a nadie.
A pesar de su reputación, el Sr. Home no es por lo tanto lo que
puede llamarse un hombre público; su vida privada no pertenece
más que a él. Puesto que nada pide, nadie tiene el derecho de
inquirir cómo vive, sin cometer una indiscreción. ¿Es amparado por
personas poderosas? Esto no es de nuestra incumbencia; todo lo que
podemos decir es que en esta sociedad de élite él ha conquistado
simpatías reales y ha hecho amigos dedicados, mientras que con un
embaucador la gente se divierte, le paga y se terminó. Por lo tanto,
nosotros no vemos en el Sr. Home sino una cosa: un hombre dotado
de una facultad notable. El estudio de esta facultad es todo lo que
nos interesa, y todo lo que debe interesar a cualquiera que no esté
movido únicamente por un sentimiento de curiosidad. Acerca de él,
la Historia todavía no ha abierto el libro de sus secretos; hasta que
esto suceda, él pertenece sólo a la ciencia. En cuanto a su hermana,
he aquí la verdad: es una niña de once años, que ha traído a París
para ser educada y de la que ha sido encargada una ilustre persona.
Ella apenas sabe en qué consiste la facultad de su hermano. Como se
ve, es muy simple y muy prosaico para los aficionados a lo
maravilloso.
Ahora, ¿por qué el Sr. Home ha venido a Francia? No ha sido en
absoluto para buscar fortuna, como acabamos de probarlo. ¿Es para
conocer el país? No lo recorre, sale poco, y de ninguna manera tiene
los hábitos de un turista. El motivo evidente ha sido el consejo de los
médicos que creen que el aire de Europa es necesario para su salud,
pero los hechos más naturales son frecuentemente providenciales.
Por lo tanto, pensamos que si ha venido es porque debía venir.
Francia –todavía en duda en lo que concierne a las manifestaciones
espíritas– tenía necesidad de recibir una gran sacudida al respecto;
fue el Sr. Home quien recibió esta misión, y cuanto mayor ha sido la
sacudida, mayor ha sido su repercusión. La posición, el crédito, las
luces de aquellos que lo han recibido, y que se han convencido por
la evidencia de los hechos, han conmovido las convicciones de una
multitud de gente, incluso entre los que no han podido ser testigos
oculares. Por lo tanto, la presencia del Sr. Home ha sido un poderoso
auxiliar para la propagación de las ideas espíritas; si no ha
convencido a todos, ha lanzado semillas que han de fructificar a
medida que los médiums se multipliquen. Esta facultad, como lo
hemos dicho en otra parte, de ninguna manera es un privilegio
exclusivo; existe en estado latente y en diversos grados entre una
multitud de individuos, sólo esperando una ocasión para
desarrollarse; el principio está en nosotros por el propio efecto de
nuestro organismo; está en la Naturaleza; todos nosotros tenemos su
germen, y no está lejos el día en que veremos a los médiums surgir
en todos los puntos, en medio de nosotros, en nuestras familias,
entre los pobres y los ricos, para que la verdad sea conocida por
todos, porque según lo que nos ha sido anunciado, es una nueva era,
una nueva fase que comienza para la Humanidad.
La evidencia y la divulgación de los fenómenos espíritas darán un
nuevo curso a las ideas morales, como el vapor ha dado un nuevo
curso a la industria.
Si la vida privada del Sr. Home debe ser cerrada a las
investigaciones de una indiscreta curiosidad, existen ciertos detalles
que a justo título pueden interesar al público y que incluso son útiles
dar a conocer para una mejor apreciación de los hechos.
El Sr. Daniel Dunglas Home nació el 15 de marzo de 1833, cerca
de Edimburgo. Por lo tanto, actualmente tiene 24 años. Desciende de
la antigua y noble familia de los Dunglas de Escocia, antaño
soberana. Es un joven de talla mediana, rubio, cuya fisonomía
melancólica no tiene nada de excéntrica; es de una complexión muy
delicada, de hábitos sencillos y suaves, de un carácter afable y
benévolo en el que el contacto con las grandezas no ha infundido ni
altivez ni ostentación. Dotado de una excesiva modestia, nunca hace
alarde de su maravillosa facultad, jamás habla de sí mismo y si en la
expansión de la intimidad cuenta sus cosas personales, es con
simplicidad y nunca con el énfasis propio de las personas con las
que la malevolencia trata de compararlo. Varios hechos íntimos, que
son de nuestro conocimiento personal, prueban sus sentimientos
nobles y una gran elevación de alma; lo hemos constatado con tanto
más placer cuanto más se conoce la influencia de las disposiciones
morales sobre la naturaleza de las manifestaciones.
Los fenómenos de los que el Sr. Home es instrumento
involuntario han sido a veces contados por amigos demasiado
afanosos con un entusiasmo exagerado, del cual se ha apoderado la
malevolencia. Tal como son, ellos no tienen necesidad de una
amplificación, más dañosa que útil a la causa. Al ser nuestro
objetivo el estudio serio de todo lo que se relacione con la ciencia
espírita, nos concentraremos en la estricta realidad de los hechos
constatados por nosotros mismos o por los testigos oculares más
dignos de fe. Por lo tanto, podremos comentarlos con la certeza de
no razonar sobre cosas fantásticas.
El Sr. Home es un médium del género de los que producen
manifestaciones ostensibles, sin excluir por ello las comunicaciones
inteligentes; pero sus predisposiciones naturales le dan para los
primeros una aptitud más especial. Bajo su influencia, los ruidos
más extraños se hacen oír, el aire se agita, los cuerpos sólidos se
mueven, se levantan, se transportan de un lugar para otro a través del
espacio, los instrumentos de música hacen escuchar sus sonidos
melodiosos, seres del mundo extracorpóreo aparecen, hablan,
escriben y a menudo abrazan a las personas hasta el punto de
provocarles dolor. Él mismo varias veces se ha visto, en presencia
de testigos oculares, levantado sin sostén a varios metros de altura.
De lo que nos ha sido enseñado sobre el rango de los Espíritus que
en general producen estas especies de manifestaciones, no hay que
llegar a la conclusión de que el Sr. Home está en relación solamente
con la clase ínfima del mundo espírita. Su carácter y las cualidades
morales que lo distinguen deben, al contrario, granjearle la simpatía
de los Espíritus superiores; para estos últimos, él no es más que un
instrumento destinado a abrir los ojos a los ciegos por medios
enérgicos, sin ser por ello privado de las comunicaciones de un
orden más elevado. Es una misión que él ha aceptado, misión que no
está exenta de tribulaciones ni de peligros, pero que cumple con
resignación y perseverancia bajo la égida de su madre, en Espíritu,
su verdadero ángel guardián.
La causa de las manifestaciones del Sr. Home es innata en él; su
alma, que parece estar unida al cuerpo solamente por débiles lazos,
tiene más afinidad con el mundo espírita que con el mundo corporal;
es por eso que se desprende sin esfuerzos, y más fácilmente que los
otros entra en comunicación con los seres invisibles. Esta facultad se
ha revelado en él desde su más tierna infancia. A la edad de seis
meses su cuna se balanceaba completamente sola en la ausencia de
su nodriza y cambiaba de lugar. En sus primeros años era tan débil
que apenas podía sostenerse; sentado en una alfombra, los juguetes
que no podía alcanzar venían por sí mismos a ponerse a su alcance.
A los tres años tuvo sus primeras visiones, pero no ha conservado
esos recuerdos. Tenía nueve años cuando su familia se instaló en los
Estados Unidos; allí, los mismos fenómenos continuaron con una
intensidad creciente a medida que él avanzaba en edad, pero su
reputación como médium sólo se estableció en 1850, época en que
las manifestaciones espíritas comenzaron a hacerse populares en ese
país. Debido a su salud, ya lo hemos dicho, en 1854 fue a Italia;
asombró a Florencia y a Roma con sus verdaderos prodigios.
Convertido a la fe católica en esta última ciudad, debió tomar el
compromiso de romper sus relaciones con el mundo de los Espíritus.
En efecto, durante un año su poder oculto parecía haberlo
abandonado; pero como este poder está por encima de su voluntad,
al cabo de ese tiempo –tal como se lo había anunciado su madre, en
Espíritu– las manifestaciones volvieron a producirse con una nueva
energía. Su misión estaba trazada: debía distinguirse entre los que la
Providencia ha elegido para revelarnos a través de señales patentes
el poder que domina todas las grandezas humanas.
Si el Sr. Home sólo fuese un hábil prestidigitador –como lo
pretenden ciertas personas que juzgan sin haber visto–,
indudablemente habría tenido siempre escamoteos a su disposición,
mientras que él no es dueño de producirlos a voluntad. Por lo tanto,
le sería imposible tener
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sesiones regulares, porque su facultad le faltaría frecuentemente en
el momento en que tuviese necesidad de la misma. Algunas veces
los fenómenos se manifiestan espontáneamente en el momento en
que menos se espera, mientras que otras veces resulta impotente
provocarlos, circunstancia ésta poco favorable para quien quisiese
hacer exhibiciones con hora marcada. El siguiente hecho, tomado de
entre mil, es la prueba de ello. Desde hacía más de quince días que
el Sr. Home no había podido obtener ninguna manifestación, cuando
al estar almorzando en la casa de uno de sus amigos, con otras dos o
tres personas de su conocimiento, de repente se hicieron oír golpes
en las paredes, en los muebles y en el techo. Parece que vuelven –
dijo. En ese momento, el Sr. Home estaba sentado en un canapé con
un amigo. Un empleado trae la bandeja del té y se apresta a
colocarla en la mesa ubicada en el medio del salón; aunque muy
pesada, ésta se elevó súbitamente del suelo cerca de 20 a 30
centímetros de altura, como si hubiera sido atraída por la bandeja;
espantado, el empleado la dejó caer, y de un salto la mesa se lanza
hacia el canapé y va a caer delante del Sr. Home y de su amigo, sin
que nada de lo que estaba encima fuera desordenado.
Indiscutiblemente, este hecho no es el más curioso de los que
habremos de relatar, pero presenta una particularidad digna de
destacarse: que se ha producido espontáneamente, sin provocación,
en un círculo íntimo, en el cual ninguno de los asistentes –cien veces
testigos de hechos semejantes– tenía necesidad de nuevos
testimonios; y seguramente no era ése el momento propicio para que
el Sr. Home mostrase sus habilidades, si es que las tiene.
En un próximo artículo citaremos otras manifestaciones.