Ya habíamos escuchado hablar de ciertos fenómenos espíritas que
en 1852 tuvieron una gran repercusión en la Baviera renana, en los
alrededores de Spira, y sabíamos que un relato auténtico de los
mismos había sido publicado en un opúsculo alemán. Después de
largas investigaciones infructíferas, una dama –entre nuestros
suscriptores de Alsacia–, que en esta circunstancia ha demostrado un
gran interés y una perseverancia de las cuales le somos infinitamente
agradecidos, finalmente consiguió encontrar ese opúsculo que ha
tenido a bien hacernos llegar. Nosotros damos la traducción in
extenso; sin duda, será leída con tanto más interés cuanto es, entre
tantas otras, una prueba más de que hechos de este género son de
todos los tiempos y de todos los países, puesto que han sucedido en
una época en que apenas se comenzaba a hablar de Espíritus.
PREFACIO
Hace varios meses un acontecimiento extraño es el asunto de
todas las conversaciones de nuestra ciudad y de los alrededores.
Queremos referirnos al Golpeador –como se lo llama– de la casa del
sastre Pierre Senger.
Hasta ahora nos abstuvimos de cualquier narración en nuestra
publicación –Journal de Bergzabern (Periódico de Bergzabern)–
sobre las manifestaciones que se han producido en aquella casa
desde el 1° de enero de 1852; pero como las mismas han llamado la
atención general, a tal punto que las autoridades creyeron un deber
pedir al Dr. Bentner una explicación al respecto, y que incluso el Dr.
Dupping, de Spira, se dirigió al lugar de los hechos para observarlos,
no podemos postergar más tiempo en entregarlos al público.
Nuestros lectores no esperen de nosotros un juicio sobre la
cuestión, en el cual estaríamos en aprietos; dejamos esa incumbencia
a aquellos que, por la naturaleza de sus estudios y de su posición,
son más aptos para pronunciarse, lo que además harán sin dificultad
si consiguieren descubrir la causa de esos efectos. En cuanto a
nosotros, nos limitaremos al simple relato de los hechos,
principalmente de los que hemos sido testigo o de los que hemos
obtenido de personas dignas de fe, dejando al lector que forme su
opinión.
F.-A. BLANCK,
Redactor del Journal de Bergzabern.
Mayo de 1852
El 1° de enero de este año (1852), la familia de Pierre Senger, de
Bergzabern, oyó en su casa –y en un cuarto vecino al que
comúnmente se encontraba– como un martilleo que al principio
comenzaba con golpes sordos que parecían venir de lejos, y que
después se volvían sucesivamente más fuertes y más marcados. Esos
golpes parecían ser dados contra la pared, junto a la cual estaba
ubicada la cama donde dormía su hija de once años de edad.
Habitualmente el ruido se escuchaba entre las nueve y media y las
diez y media. Al principio, los esposos Senger no le prestaron
atención, pero como esta singularidad se repetía a cada noche, ellos
pensaron que el ruido podía provenir de la casa vecina, donde un
enfermo se divertía, a manera de pasatiempo, en tocar el tambor
contra la pared. Luego se convencieron que ese enfermo no existía y
que no podría ser la causa de ese ruido. Removieron el piso del
cuarto, derrumbaron la pared, pero sin resultado. La cama fue
transportada hacia el lado opuesto del cuarto; entonces sucedió una
cosa asombrosa: el ruido apareció en aquel lugar, tan pronto como la
niña se durmió. Estaba claro que la niña participaba en
algo en la manifestación del ruido, y se supuso, después de que todas
las investigaciones de la policía no hubieron descubierto nada, que
ese hecho debía ser atribuido a una enfermedad de la niña o a una
particularidad de su conformación. Sin embargo, hasta entonces
nada ha venido a confirmar esta suposición. Es, todavía, un enigma
para los médicos.
A la espera de esto, la situación continuó desarrollándose: el ruido
se prolongó por más de una hora y los golpes aplicados tenían más
fuerza. La niña fue cambiada de cuarto y de cama, pero el golpeador
se manifestó en este nuevo cuarto, bajo la cama, en la propia cama y
en la pared. Los golpes efectuados no eran idénticos; unas veces
eran fuertes, otras veces débiles y aislados, y otras, en fin, se
sucedían rápidamente, siguiendo el ritmo de marchas militares y de
danzas.
Desde algunos días la niña ocupaba el cuarto mencionado, cuando
se notó que, durante su sueño, emitía palabras breves e incoherentes.
Luego las palabras se volvieron más claras y más inteligibles;
parecía que la niña conversaba con otro ser, sobre el cual tenía
autoridad. Entre los hechos que diariamente se producían, el autor de
este opúsculo relatará uno del cual ha sido testigo: La niña estaba en
su cama, acostada sobre el lado izquierdo. Ni bien se durmió, los
golpes comenzaron y ella se puso a hablar de este modo: «–Tú, tú,
toca una marcha». Y el golpeador tocaba una marcha que se parecía
bastante a una marcha bávara. A la orden de: «¡Alto!», de la niña, el
golpeador paró. Entonces, la niña dijo: «–Golpea tres, seis, nueve
veces», y el golpeador ejecutó la orden. A una nueva orden de que
diera 19 golpes, se escucharon 20; la niña, que continuaba dormida,
dijo: «–No está bien, fueron 20 golpes», e inmediatamente 19 golpes
fueron contados. Luego la niña pidió 30 golpes; se escucharon 30
golpes. «–100 golpes». Sólo se pudo contar hasta 40, ya que los
golpes se sucedieron rápidamente. En el último golpe, la niña dijo:
«–Está bien; ahora 110». Aquí solamente se pudo contar hasta cerca
de 50. En el último golpe, la niña dijo, dormida: «–No es así, sólo
fueron 106», e inmediatamente otros 4 golpes se escucharon para
completar el número de 110. Luego la niña pidió: «–¡Mil!» No
fueron dados sino 15 golpes. «–¡Bien, vamos!» Hubo aún 5 golpes
más y el golpeador se detuvo. Entonces, los asistentes tuvieron la
idea de dar ellos mismos las órdenes al golpeador, el cual las
ejecutó. Se detenía cuando recibía la orden de: «¡Alto! ¡Silencio!
¡Quieto!» Después él mismo, y sin recibir orden alguna, comenzaba
a golpear. En un rincón del cuarto, uno de los asistentes dijo, en voz
baja, que quería pedir –sólo por el pensamiento– que golpease 6
veces. Entonces, el experimentador se ubicó delante de la cama y no
dijo una sola palabra: se escucharon 6 golpes. Mientras tanto, fueron
ordenados a través del pensamiento que se dieran 4 golpes: 4 golpes
fueron efectuados. La misma experiencia ha sido intentada por otras
personas, pero no siempre ha tenido
éxito. Luego la niña extendió los miembros, sacó las cobijas y se
levantó.
Cuando se le preguntó lo que había sucedido, respondió que había
visto a un hombre grande y de mal aspecto que permanecía delante
de su cama y le apretaba las rodillas. Agregó que sentía en las
rodillas un dolor cuando este hombre golpeaba. La niña se durmió
nuevamente y las mismas manifestaciones se repitieron hasta el
momento en que el reloj del cuarto dio las once horas. De repente el
golpeador se calló, la niña entró en un sueño tranquilo –que se
reconoció por la regularidad de su respiración– y en esa noche nada
más se escuchó. Hemos notado que, bajo la orden que recibía, el
golpeador ejecutaba marchas militares. Varias personas afirman que
cuando se le pedía una marcha rusa, austríaca o francesa, la misma
era ejecutada con mucha exactitud.
El 25 de febrero, la niña dijo dormida: «–Tú no quieres golpear
más ahora, quieres raspar; ¡está bien! Yo quiero ver cómo lo harás».
Y, en efecto, al día siguiente, el 26, en lugar de golpes se escucharon
raspaduras que parecían venir de la cama y que se han manifestado
hasta este día. Los golpes se mezclaron con las raspaduras, tanto
alternada como simultáneamente, de tal manera que, en las arias de
marcha o de danza, las raspaduras hacían la primera parte y los
golpes la segunda. Según lo pedido, la hora del día y la edad de las
personas presentes eran indicadas por raspaduras o por golpes secos.
Con respecto a la edad de las personas, algunas veces había errores;
pero eran rectificados en la 2ª o en la 3ª vez, cuando se le decía que
el número de golpes efectuados no era exacto. Otras veces, en lugar
de responder a la edad preguntada, el golpeador ejecutaba una
marcha.
Durante el sueño, el lenguaje de la niña se volvió a cada día más
perfecto. Lo que al principio eran solamente palabras simples u
órdenes muy breves al golpeador, después se transformó en una
conversación mantenida con sus parientes. De este modo, un día
conversó con su hermana mayor sobre temas religiosos y en un tono
de exhortación e instrucción, diciéndole que ella debería ir a misa,
hacer sus oraciones todos los días y mostrar su sumisión y
obediencia a su padre y a su madre. A la noche retomó los mismos
temas de conversación; en sus enseñanzas nada había de teológico,
sino solamente algunas nociones que se aprenden en la escuela.
Antes de sus conversaciones se escuchaban, por lo menos durante
una hora, golpes y raspaduras, no sólo durante el sueño de la niña,
sino también cuando ésta se encontraba en estado de vigilia.
Nosotros la hemos visto comer y beber mientras los golpes y las
raspaduras se manifestaban, y también la hemos visto –en estado de
vigilia– dar al golpeador órdenes que fueron todas ejecutadas.
El sábado 6 de marzo, a la noche, habiendo la niña de día –y
totalmente despierta– predicho a su padre que el golpeador
aparecería a las nueve horas, varias personas se reunieron en la casa
del Sr. Senger. A las nueve horas en punto, cuatro golpes tan
violentos fueron dados contra la pared que los asistentes se
asustaron. Inmediatamente, y por primera vez, los golpes fueron
dados en la madera de la cama y exteriormente; todo el lecho se
sacudió. Esos golpes se manifestaron por todos los lados de la cama,
tanto en un lugar como en otro. Los golpes y las raspaduras se
alternaron en el lecho. A la orden de la niña y de las personas
presentes, los golpes se hicieron escuchar ya sea en el interior de la
cama, como en el exterior. De repente el lecho se levantó en sentidos
diferentes, mientras que los golpes eran aplicados con fuerza. Más
de cinco personas intentaron, en vano, bajar la cama; entonces,
habiendo desistido de hacerlo, el lecho aún se balanceó algunos
instantes y después retomó su posición natural. Este hecho ya había
tenido lugar una vez, antes de esta manifestación pública.
También todas las noches la niña hacía una especie de discurso.
De esto vamos a hablar muy sucintamente.
Ante todo es preciso remarcar que la niña, luego que bajaba la
cabeza, se dormía, y los golpes y las raspaduras comenzaban. Con
los golpes, la niña gemía, agitaba sus piernas y parecía sentirse mal.
No sucedía lo mismo con las raspaduras. Cuando llegaba el
momento de hablar, la niña se acostaba y su rostro se volvía pálido,
así como sus manos y sus brazos. Hacía señales con la mano derecha
y decía: «–¡Vamos! Ven delante de mi cama y junta tus manos: voy
a hablarte del Salvador del mundo». Entonces, los golpes y las
raspaduras cesaban y todos los asistentes escuchaban con una
respetuosa atención el discurso de la niña adormecida.
Ella hablaba despacio, muy inteligiblemente y en puro alemán, lo
que sorprendía tanto más cuanto menos avanzada era la niña en
comparación con sus compañeros de clase, lo que sobre todo
provenía de una afección a la vista que le impedía estudiar. Sus
conversaciones versaban sobre la vida y las acciones de Jesús desde
los doce años, de su presencia en el templo con los escribas, de sus
beneficios hacia la Humanidad y de sus milagros; luego ella se
extendía en el relato de sus sufrimientos, y censuraba severamente a
los judíos por haber crucificado a Jesús, a pesar de sus numerosas
bondades y bendiciones. Al terminar, la niña dirigía a Dios una
fervorosa oración «por concederle la gracia de soportar con
resignación los sufrimientos que le había enviado, ya que había sido
elegida para entrar en comunicación con el Espíritu». Pedía a Dios
para no dejarla morir todavía, ya que era sólo una niña y que no
quería descender a la tumba oscura. Terminados sus discursos,
recitaba con una voz solemne el Paternóster, después del cual decía:
«Ahora puedes venir», e inmediatamente los golpes y las raspaduras
volvían a comenzar. También habló dos veces al Espíritu y, a cada vez, el Espíritu
golpeador se detenía. Aún decía algunas palabras y después: «Ahora
puedes irte en el nombre de Dios». Y se despertaba.
Durante esos discursos los ojos de la niña permanecían bien
cerrados, pero sus labios se movían; las personas que estaban más
próximas pudieron notar este movimiento. La voz era pura y
armoniosa.
Al despertarse, le preguntaron lo que había visto y lo que había
sucedido. Ella respondió: «–¿Dónde se encuentra el hombre que
vino a verme? –Cerca de mi cama, con otras personas. –¿Has visto a
otras personas? –He visto a las que estaban cerca de mi cama.»
Fácilmente se comprenderá que semejantes manifestaciones
encontraron muchos incrédulos, y se supuso que toda esta historia
no era más que una mistificación; pero el padre no era capaz de una
prestidigitación, sobre todo de una prestidigitación que habría
exigido toda la destreza de un prestidigitador de profesión; él goza
de la reputación de un hombre cabal y honesto.
Para responder a esas sospechas y hacerlas cesar, la niña fue
trasladada a otra casa. Apenas hubo ahí llegado, los golpes y las
raspaduras se hicieron escuchar. Además, algunos días antes, la niña
había ido con su madre a un pequeño pueblo llamado Capelle, a
media legua de allí, a la casa de la viuda Klein; al llegar, ella dijo
que estaba fatigada; la acostaron en un canapé e inmediatamente el
mismo fenómeno tuvo lugar. Varios testigos pueden afirmar el
hecho. Aunque la niña parecía saludable, no obstante debía estar
afectada por una enfermedad que si no quedase probada por las
manifestaciones anteriormente relatadas, al menos lo sería por los
movimientos involuntarios de los músculos y de los sobresaltos
nerviosos.
Para terminar, haremos notar que hace algunas semanas la niña ha
sido llevada a la casa del Dr. Bentner, donde debería permanecer
para que este erudito pudiese estudiar más de cerca los fenómenos
en cuestión. Desde entonces, todo ruido ha cesado en la casa de los
Senger y se ha producido en la del Dr. Bentner.
Tales son, en toda su autenticidad, los hechos que han sucedido.
Nosotros los entregamos al público sin emitir juicio alguno. Que los
hombres estudiosos del tema puedan darnos pronto una explicación
satisfactoria.
BLANCK