I
Un hombre salió de madrugada y se dirigió hacia la plaza pública
para contratar obreros. Ahora bien, vio allí a dos hombres del pueblo
que estaban sentados de brazos cruzados. Se acercó a uno ellos y,
abordándolo, le dijo: «¿Qué haces aquí?» Y éste le respondió: «No
tengo trabajo»; aquel que buscaba obreros le dijo: «Toma tu azada y
ve a mi campo, en la ladera de la colina donde sopla el viento del
sur; cortarás el brezo y removerás la tierra hasta que llegue el
atardecer; la tarea es ruda, pero tendrás un buen salario». Y el
hombre del pueblo cargó su azada sobre los hombros,
agradeciéndole de corazón.
Al oír esto, el otro obrero se levantó de su lugar y se aproximó,
diciendo: «Señor, dejadme también ir a trabajar en vuestro campo»;
y habiéndoles dicho a ambos para seguirlo, el señor marchó adelante
para mostrarles el camino. Después, cuando hubieron llegado al
declive de la colina, dividió el trabajo en dos partes y se retiró.
Luego que partió, el último de los obreros que había contratado
prendió fuego primeramente a los brezos de la parte que le había
tocado y trabajó la tierra con el hierro de su azada. El sudor
chorreaba de su frente bajo el ardor del sol. El otro al principio lo
imitó murmurando, pero luego dejó su tarea y, clavando su azada en
la tierra, se sentó al lado, mirando a su compañero trabajar.
Ahora bien, al caer la tarde el señor del campo vino y examinó el
trabajo realizado, y habiendo llamado al obrero diligente, lo felicitó
diciéndole: «Has trabajado bien; he aquí tu salario», y le dio una
moneda de plata,
permitiéndole retirarse. El otro obrero también se acercó y reclamó
el pago de su jornada; pero el señor le dijo: «Mal obrero, mi pan no
aplacará tu hambre, porque has dejado sin trabajar la parte de mi
campo que te había confiado; no es justo que aquel que no ha hecho
nada sea recompensado como el que ha trabajado bien». Y lo
despidió sin darle nada.
II
Yo os digo, la fuerza no ha sido dada al hombre y la inteligencia a
su espíritu para que consuma sus días en la ociosidad, sino para que
sea útil a sus semejantes. Ahora bien, aquel cuyas manos estuvieren
desocupadas y el espíritu ocioso será punido, y deberá recomenzar
su tarea.
En verdad os digo, cuando su tiempo se haya cumplido, su vida
será dejada a un lado como una cosa inútil; comprended esto
mediante una comparación. ¿Quién de vosotros, si hay en su huerto
un árbol que no produce frutos, no dice a su servidor: «Cortad este
árbol y arrojadlo al fuego, porque sus ramas son estériles?» Ahora
bien, del mismo modo que este árbol será cortado por su esterilidad,
la vida del perezoso será desechada porque habrá sido estéril en
buenas obras.