La fatalidad y los presentimientos.
Instrucciones dadas por san Luis.
Uno de nuestros corresponsales nos ha escrito lo siguiente:
«En el mes de septiembre último, una embarcación menor, que
hacía la travesía de Dunkerque a Ostende, fue sorprendida por un
temporal durante la noche; el pequeño barco naufragó, y de las ocho
personas que lo ocupaban, cuatro perecieron; las otras cuatro, entre
las cuales me encontraba yo, consiguieron mantenerse sobre la
quilla. Permanecimos toda la noche en esa horrible posición, sin otra
perspectiva que la muerte, que nos parecía inevitable y de la cual
sentimos todas las angustias. Al amanecer, el viento nos había
empujado hacia la costa, y pudimos alcanzar la tierra a nado.
«¿Por qué en ese peligro, igual para todos, sólo cuatro personas
han sucumbido? Notad que, por mi parte, es la sexta o la séptima
vez que escapo de un peligro tan inminente, y más o menos en las
mismas circunstancias. Soy realmente llevado a creer que una mano
invisible me protege. ¿Qué he hecho para esto? No sé gran cosa, no
tengo importancia ni utilidad en este mundo y no me jacto de valer
más que los otros; lejos de eso: había entre las víctimas del accidente
un digno eclesiástico —modelo de virtudes evangélicas— y una
venerable hermana de la congregación de San Vicente de Paúl, que
iban a cumplir una santa misión de caridad cristiana. La fatalidad
parece desempeñar un gran papel en mi destino. ¿No estarían allí los
Espíritus para alguna cosa? ¿Sería posible obtener de ellos una
explicación al respecto, preguntándoles, por ejemplo, si son ellos los
que provocan o desvían los peligros que nos amenazan?…»
De conformidad con el deseo de nuestro corresponsal, dirigimos
las siguientes preguntas al Espíritu san Luis, que consiente en
comunicarse con nosotros todas las veces que hay instrucciones
útiles para dar.
1. –Cuando un peligro inminente amenaza a alguien, ¿es un
Espíritu el que dirige el peligro? Y cuando la persona escapa del
mismo, ¿es otro Espíritu el que lo desvía?
Resp. —Cuando un Espíritu se encarna, elige una prueba; al
elegirla se traza una especie de destino que no puede impedir más,
una vez que a la misma se ha sometido; hablo de las pruebas físicas.
Al conservar su libre albedrío sobre el bien y el mal, el Espíritu es
siempre dueño de soportar o de rechazar la prueba; un Espíritu
bueno, al verlo flaquear, puede venir en su ayuda, pero no puede
influir en él adueñándose de su voluntad. Un Espíritu malo, es decir,
inferior, mostrándole y exagerándole un peligro físico, puede
hacerlo vacilar y asustarlo, pero la voluntad del Espíritu encarnado
no queda por ello menos libre de toda traba.
2. —Cuando un hombre está a punto de perecer por accidente,
parece que el libre albedrío no interviene en nada. Por lo tanto,
interrogo si es un Espíritu malo el que provoca este accidente,
siendo de cierto modo su agente; y, en el caso en que escape del
peligro, pregunto si un Espíritu bueno ha venido en su ayuda.
Resp. —El Espíritu bueno o el Espíritu malo no pueden sino sugerir
pensamientos buenos o malos, según su naturaleza. El accidente está
marcado en el destino del hombre. Cuando tu existencia ha sido
puesta en peligro, es una advertencia que tú mismo has deseado, a
fin de desviarte del mal y de volverte mejor. Cuando escapas de ese
peligro, todavía bajo la influencia del mismo, piensas de manera más
o menos firme en volverte mejor, según la acción más o menos
firme de los Espíritus buenos. Al sobrevenir el Espíritu malo (digo
malo sobrentendiendo el mal que aún hay en él), piensas que
escaparás del mismo modo a otros peligros y dejas nuevamente
desencadenar tus pasiones.
3. —La fatalidad que parece presidir a los destinos materiales de
nuestra existencia, ¿aún sería, pues, el efecto de nuestro libre
albedrío?
Resp. —Tú mismo has elegido tu prueba: cuanto más ruda sea y
mejor la soportes, más te elevas. Aquellos que pasan su existencia
en la abundancia y en la satisfacción humana son Espíritus débiles
que permanecen estacionarios. De esta manera, el número de
desafortunados aventaja en mucho al de los felices de este mundo,
teniendo en cuenta que los Espíritus buscan en su mayoría la prueba
que les será más fructífera. Ellos perciben muy bien la futilidad de
vuestras grandezas y de vuestros goces. Además, la existencia más
feliz es siempre agitada, siempre movida, aunque más no sea por la
ausencia del dolor.
4. —Entendemos perfectamente esta doctrina, pero eso no nos
explica si ciertos Espíritus tienen una acción directa sobre la causa
material del accidente. Supongamos que en el momento en que un
hombre pasa por un puente, éste se derrumbe. ¿Quién ha llevado al
hombre a pasar por ese puente?
Resp. —Cuando un hombre pasa por un puente que debe romperse,
no es un Espíritu el que lo lleva a pasar por ese puente: es el instinto
de su destino el que lo conduce.
5. —¿Quién ha hecho romper el puente?
Resp. —Las circunstancias naturales. La materia tiene en sí misma
las causas de su destrucción. En el caso tratado, el Espíritu, teniendo necesidad de
recurrir a un elemento extraño a su naturaleza para mover fuerzas
materiales, más bien ha de recurrir a la intuición espiritual. De este
modo, si ese puente debía romperse, ya que el agua había desunido
las piedras que lo componen y el óxido había corroído las cadenas
que lo suspenden, el Espíritu —decía— insinuará más bien al hombre
para pasar por ese puente, en lugar de hacer romper otro bajo sus
pasos. Además, tenéis una prueba material que os adelantaré:
cualquier accidente sucede siempre naturalmente, es decir, que las
causas que se vinculan unas a otras, lo conducen insensiblemente.
6. —Tomemos otro caso en el que la destrucción de la materia no
sea la causa del accidente. Un hombre mal intencionado me da un
tiro; la bala me roza, pero no me alcanza. ¿La habría desviado un
Espíritu benévolo?
—Resp. No.
7. —¿Pueden los Espíritus advertirnos directamente de un peligro?
He aquí un hecho que parecería confirmarlo: Una mujer salía de su
casa y seguía por el bulevar. Una voz íntima le dijo: Detente, vuelve
a tu casa. Ella titubea. La misma voz se hace escuchar varias veces;
entonces, ella volvió sobre sus pasos; pero, cambiando de parecer, se
dijo: ¿Qué he de hacer en mi casa? Seguiré; sin duda, es un efecto de
mi imaginación. Entonces ella continuó su camino. A algunos pasos
de allí, una viga que se desprendió de una casa la golpea en la
cabeza y la deja caída sin conocimiento. ¿Qué era esa voz? ¿No era
un presentimiento de lo que iba a suceder a esa mujer?
—Resp. Era la
voz del instinto; además, ningún presentimiento tiene tales
caracteres: son siempre vagos.
8. —¿Qué entendéis por la voz del instinto?
—Resp. Entiendo que el
Espíritu, antes de encarnarse, tiene conocimiento de todas las fases
de su existencia; cuando éstas tienen un carácter saliente, conserva
una especie de impresión en su fuero interno, y esta impresión, al
despertarse cuando el momento se aproxima, se vuelve
presentimiento.
Nota. — Las explicaciones precedentes se relacionan con la
fatalidad de los acontecimientos materiales. La fatalidad moral está
tratada de una manera completa en El Libro de los Espíritus.