Los Espíritus siempre nos han dicho que la separación entre el
alma y el cuerpo no se efectúa instantáneamente; algunas veces
comienza antes de la muerte real, durante la agonía; cuando la
última pulsación se hace sentir, el desprendimiento todavía no es
completo; se opera más o menos lentamente según las
circunstancias, y hasta su total liberación el alma siente una
turbación, una confusión que no le permite darse cuenta de su
situación; se encuentra en el estado de una persona que se despierta
y cuyas ideas
son confusas. Este estado nada tiene de penoso para el hombre cuya
conciencia es pura; sin entender bien lo que ve, está calmo y espera
sin miedo el completo despertar; al contrario, es lleno de angustias y
de terror para aquel que teme el futuro. Decimos que la duración de
esa turbación es variable; es mucho menos larga en aquellos que,
cuando encarnados, ya han elevado sus pensamientos y purificado su
alma; dos o tres días le son suficientes, mientras que en otros es
preciso a veces ocho días o más. Frecuentemente hemos asistido a
ese momento solemne y siempre hemos visto lo mismo; por lo tanto,
no es una teoría, sino el resultado de observaciones, ya que es el
Espíritu quien habla y quien describe su propia situación. He aquí un
ejemplo tanto más característico como interesante para el
observador, puesto que no se trata más de un Espíritu invisible
escribiendo a través de un médium, sino de un Espíritu que es visto
y escuchado en presencia de su cuerpo, ya sea en la cámara
mortuoria o en la iglesia durante el servicio fúnebre.
El Sr. X... acababa de tener un ataque de apoplejía; algunas horas
después de su muerte, el Sr. Adrien –uno de sus amigos– se
encontraba en la cámara mortuoria con la esposa del difunto; vio
nítidamente a éste, en Espíritu, pasearse de un lado a otro, mirar
alternativamente a su cuerpo y a las personas presentes, y después
sentarse en un sillón; tenía exactamente la misma apariencia que
cuando encarnado; estaba vestido de la misma manera: redingote y
pantalón negros; tenía las manos en los bolsillos y un aire de
preocupación.
Durante ese tiempo su mujer buscaba un papel en el escritorio; su
marido la observó y dijo: Por más que busques no encontrarás nada.
De ningún modo ella sospechaba de lo que ocurría, porque el Sr. X...
solamente era visible para el Sr. Adrien.
Al día siguiente, durante el servicio fúnebre el Sr. Adrien vio
nuevamente a su amigo, en Espíritu, rondando el ataúd, pero no
tenía más la vestimenta de la víspera; estaba cubierto con una
especie de ropaje. Entre ellos se entabló la siguiente conversación.
De paso, señalemos que de manera alguna el Sr. Adrien es
sonámbulo; que en ese momento, como en el día anterior, estaba
perfectamente despierto, y que el Espíritu se le aparecía como si
hubiera sido uno de los asistentes al entierro.
–
Preg. Dime una cosa, querido Espíritu, ¿qué sientes ahora? –
Resp. Bien y sufrimiento. –Preg. No te he entendido. –Resp. Siento
que estoy viviendo mi verdadera vida, y entretanto veo a mi cuerpo
aquí, en este cajón; me palpo y no me siento, y sin embargo siento
que vivo, que existo; ¿soy entonces dos seres? ¡Ah! Dejadme salir
de esta noche; es una pesadilla.
–Preg. ¿Has de permanecer por mucho tiempo así? –Resp. ¡Oh!
No, gracias a Dios, amigo mío; siento que pronto me despertaré;
sería horrible
de otro modo; tengo las ideas confusas; todo es nebuloso; pienso en
la gran división que acaba de hacerse... Todavía no comprendo
nada.
–Preg. ¿Qué efecto te produjo la muerte? –Resp. ¿La muerte? No
estoy muerto, hijo mío, estás equivocado. Yo me levantaba y de
repente fui sorprendido como por una nebulosidad que descendió
sobre mis ojos; después me desperté, e imagínate mi extrañeza al
verme, al sentirme vivo y al ver al lado, sobre la losa, a mi otro yo
acostado. Mis ideas estaban confusas; anduve para restablecerme,
pero no pude; vi a mi esposa llegar, velarme, lamentarse y yo me
preguntaba el porqué. Yo la consolaba, le hablaba, pero ella no me
respondía ni me comprendía; era esto lo que me torturaba y lo que
dejaba a mi Espíritu más perturbado. Sólo tú me has hecho bien,
porque me has escuchado y comprendido lo que quiero; tú me
ayudas a ordenar mis ideas y me haces un gran bien; pero ¿por qué
los otros no hacen lo mismo? He aquí lo que me tortura... El cerebro
está oprimido ante este dolor... Iré a verla; quizás ahora me
escuche... Hasta luego, querido amigo; llámame e iré a verte...
Igualmente te haré una visita, amigo... He de sorprenderte... hasta
luego.
Enseguida el Sr. Adrien lo vio acercarse a su hijo que lloraba: se
inclinó ante él, permaneció un momento en esta posición y partió
rápidamente. Él no había sido escuchado, y sin duda pensaba haber
producido un sonido; estoy persuadido –agrega el Sr. Adrien– que
aquello que él decía llegaba al corazón del niño; os probaré esto. Lo
he visto después: está más calmo.
Nota – Este relato está de acuerdo con todo lo que ya habíamos
observado sobre el fenómeno de la separación del alma; con
circunstancias totalmente especiales confirma esa verdad de que
después de la muerte el Espíritu aún está allí presente. No cree tener
delante de sí un cuerpo inerte, mientras que ve y escucha todo lo que
sucede a su alrededor, penetra el pensamiento de los asistentes, y
entre éstos y él no hay sino la diferencia entre la visibilidad y la
invisibilidad; las lágrimas hipócritas de ávidos herederos no pueden
infundirle respeto. ¡Cuántas decepciones deben los Espíritus sentir
en ese momento!
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