El Libro de los Espíritus *
CONTIENE
LOS PRINCIPIOS DE LA DOCTRINA ESPÍRITA
Sobre la naturaleza de los seres del mundo incorpóreo, sus manifestaciones y sus relaciones con los
hombres; las leyes morales, la vida presente, la vida futura y el porvenir de la Humanidad.
ESCRITO Y PUBLICADO SEGÚN EL DICTADO Y LA ORDEN DE LOS ESPÍRITUS SUPERIORES,
por ALLAN KARDEC.
Esta obra –así como lo indica su título– no es de modo alguno
una doctrina personal: es el resultado de la enseñanza directa de los
propios Espíritus sobre los misterios del mundo donde estaremos un
día, y sobre todas las cuestiones que interesan a la Humanidad; de
cierta forma, ellos nos dan el código de la vida al trazarnos la ruta de
la felicidad venidera. Al no ser este libro el fruto de nuestras propias
ideas, puesto que sobre muchos puntos importantes nosotros
teníamos una manera de ver totalmente diferente, en absoluto
nuestra modestia habrá de sufrir con los elogios; sin embargo,
preferimos dejar hablar a aquellos que están completamente
desinteresados en la cuestión.
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* vol. in 8º en 2 columnas, 3 fr.; en la Librería Dentu, Palais-Royal, y en la
oficina del periódico: rue et passage Sainte-Anne, 59 (antiguamente era en la rue des
Martyrs, nº 8). [Nota de Allan Kardec.]
Acerca de este libro, el Courrier de Paris (Correo de París)
del 11 de julio de 1857 contenía el siguiente artículo:
LA DOCTRINA ESPÍRITA
El editor Dentu ha publicado, hace poco tiempo, una obra muy notable; íbamos a decir muy curiosa, pero hay cosas que rechazan toda calificación banal.
El Libro de los Espíritus, del Sr. Allan Kardec, es una página nueva del propio gran libro del infinito, y estamos persuadidos de que se ha de colocar un señalador en esta página. Sentiríamos mucho
si se creyera que hemos venido a hacer aquí una publicidad bibliográfica; si pudiésemos suponer que así fuera, quebraríamos nuestra pluma inmediatamente. No conocemos de manera alguna al autor, pero confesamos abiertamente que nos sentiríamos felices en conocerlo. Quien escribió la Introducción que encabeza El Libro de
los Espíritus debe tener el alma abierta a todos los nobles
sentimientos.
Además, para que no se pueda sospechar de nuestra buena fe y acusarnos de tomar partido, diremos con toda sinceridad que nunca hemos hecho un estudio profundo de las cuestiones sobrenaturales.
Pero si los hechos que se produjeron nos han asombrado, por lo menos no nos hicieron encoger de hombros. Somos un poco como esas personas llamadas soñadoras, porque no piensan igual que todo el mundo. A veinte leguas de París, al atardecer y bajo los grandes árboles, cuando no tenemos a nuestro
alrededor más que algunas cabañas diseminadas, pensamos naturalmente en cualquier otra cosa que no sea la Bolsa, el macadán
de los bulevares o los caballos de Longchamp. Muy a menudo nos hemos preguntado –y esto mucho tiempo antes de haber escuchado hablar de los médiums– qué pasaba en lo que se ha convenido llamar el Más Allá. Inclusive habíamos esbozado una teoría sobre los
mundos invisibles, que guardamos cuidadosamente para nosotros y que estamos muy felices en reencontrarla casi por entero en el libro del Sr. Allan Kardec.
A todos los desheredados de la Tierra, a todos los que andan o que
caen regando con sus lágrimas el polvo del camino, les diremos:
Leed El Libro de los Espíritus, esto os hará más fuertes. También a
los que están felices, a los que por la senda sólo encuentran
ovaciones de la multitud o las sonrisas de la fortuna, les diremos:
Estudiadlo, él os hará mejores.
El cuerpo de la obra –dice el Sr. Allan Kardec– debe ser atribuido
plenamente a los Espíritus que lo han dictado. Está admirablemente
clasificado por preguntas y respuestas. Algunas veces, estas últimas
son simplemente sublimes: esto no nos sorprende; pero, ¿no ha sido
necesario un gran mérito para quien supo obtenerlas?
Desafiamos a los más incrédulos a reírse mientras leen este libro
en el silencio y en la soledad. Todo el mundo honrará al hombre que
ha escrito su prefacio.
La Doctrina se resume en dos palabras: No hagáis a los otros lo
que no quisierais que os hagan. Hubiéramos querido que el Sr.
Allan Kardec haya agregado: y haced a los otros lo que quisierais
que os hiciesen. Mejor dicho, el libro lo dice claramente y, además,
la Doctrina no estaría completa sin ello. No basta con no hacer el
mal, es necesario también hacer el bien. Si no fuésemos más que
hombres honrados, no habríamos cumplido sino con la mitad de
nuestro deber. Somos un átomo imperceptible de esta gran máquina
llamada mundo, y donde nada debe ser inútil. Sobre todo no nos
digan que se puede ser útil sin hacer el bien; nos veríamos forzados
a replicarles con un volumen.
Al leer las admirables respuestas de los Espíritus en la obra del Sr.
Kardec, nos hemos dicho que habría allí un bello libro para escribir.
Rápidamente reconocimos que nos habíamos equivocado: el libro ya
está escrito. Sólo conseguiríamos estropearlo si buscásemos
completarlo.
¿Sois hombres de estudio y tenéis buena fe para instruiros? Leed
el Libro Primero sobre la Doctrina Espírita.
¿Estáis colocados en la clase de personas que sólo se ocupan de sí
mismas, que hacen –como se dice– sus pequeños negocios muy
tranquilamente y que a su alrededor no ven nada más que sus
propios intereses? Leed las Leyes Morales.
¿La desdicha os persigue encarnizadamente, y la duda os envuelve
a veces con su brazo glacial? Estudiad el Libro Tercero: Esperanzas
y Consuelos.
Todos vosotros que tenéis nobles pensamientos en vuestros corazones y que creéis en el bien, leed todo el libro.
Si hubiere alguien que en su contenido encuentre material para burlas, sinceramente nos compadeceríamos.
G. DU CHALARD
Entre las numerosas cartas que nos han sido dirigidas desde la
publicación de El Libro de los Espíritus, solamente citaremos dos,
porque ambas resumen de alguna manera la impresión que este libro
ha producido y el objetivo esencialmente moral de los principios que
encierra.
Burdeos, 25 de abril de 1857.
Señor,
Habéis puesto a una gran prueba a mi paciencia por la demora en la publicación de
El Libro de los Espíritus, anunciado desde hace tanto tiempo; felizmente no perdí por
esperar, porque supera todas las ideas que pude haberme formado de él según su
prospecto.31 ¡Sería imposible describiros el efecto que ha producido en mí: soy como un
hombre que ha salido de la oscuridad; me parece como si una puerta hasta hoy cerrada se
hubiese abierto súbitamente; ¡mis ideas han crecido en algunas horas! ¡Oh, cuán mezquinas
y pueriles me parecen las miserables preocupaciones de la Humanidad, ante ese porvenir
del cual yo no dudaba, pero que estaba tan oscurecido por los prejuicios que apenas lo
imaginaba! Gracias a la enseñanza de los Espíritus, ese futuro se presenta con una forma
definida, perceptible, mayor y bella, y en armonía con la majestad del Creador. Cualquiera
que lea este libro –como yo– y medite acerca del mismo, encontrará allí tesoros inagotables
de consuelos, porque abarca todas las fases de la existencia. En mi vida he tenido pérdidas
que fuertemente me han afectado; hoy en día no me dejan ningún disgusto, y toda mi
preocupación es emplear con utilidad el tiempo y las facultades para acelerar mi progreso,
porque ahora el bien tiene un objetivo para mí, y comprendo que una vida inútil es una vida
egoísta que no puede hacernos avanzar hacia la vida futura.
Si todos los hombres que piensan como vos y yo –y encontraréis a muchos, así lo
espero por el honor de la Humanidad– pudiesen entenderse, reunirse, actuar en común, ¡qué
fuerza no tendrían para acelerar esta regeneración que nos está anunciada! Cuando vaya a
París, tendré el honor de veros, y si no es abusar de vuestro tiempo, os pediré que
desarrolléis ciertos pasajes y algunos consejos sobre la aplicación de las leyes morales a las
circunstancias que me son personales. Señor, a la espera de esto, recibid –os lo ruego– la
expresión de todo mi reconocimiento, porque me habéis proporcionado un gran bien al
mostrarme el camino de la única felicidad real en este mundo, y quizás os deberé, además,
un mejor lugar en el otro.
Vuestro devoto servidor,
D..., capitán retirado.
Lyon, 4 de julio de 1857.
Señor,
No sé cómo expresaros todo mi reconocimiento por la publicación de El Libro de
los Espíritus, que anhelo por volver a leerlo. ¡Cuán consolador es para nuestra pobre
Humanidad lo que vos nos habéis hecho saber! Por mi parte, os confieso que ahora soy más
fuerte y más valiente para soportar las penas y las dificultades vinculadas a mi pobre
existencia. Ya he compartido con varios de mis amigos las convicciones que he extraído de
la lectura de vuestra obra: todos ellos se sienten muy felices, porque ahora comprenden las
desigualdades de las posiciones sociales y no murmuran más contra la Providencia; la esperanza cierta de un porvenir más feliz, si proceden bien, los consuela y les da coraje.
Señor, quisiera seros útil; no soy más que un pobre hijo del pueblo que se ha hecho una
pequeña posición por su trabajo, pero que carece de instrucción, habiendo sido obligado a
trabajar desde muy joven; por lo tanto, siempre he amado a Dios y he realizado todo que he
podido para ser útil a mis semejantes; es por eso que busco todo lo que pueda contribuir a la
felicidad de mis hermanos. Vamos a reunirnos varios adeptos que estábamos dispersos;
haremos todos nuestros esfuerzos para secundaros: habéis levantado el estandarte y nuestra
tarea es seguiros; contamos con vuestro apoyo y vuestros consejos.
Señor, soy, si me atrevo a decirlo, vuestro hermano, con devoción
C...
A menudo se nos ha preguntado sobre la manera por la cual obtuvimos
las comunicaciones que son el objeto de El Libro de los Espíritus.
Resumimos aquí, con mucho gusto, las respuestas que hemos dado sobre ese
tema, lo que nos proporcionará la oportunidad de cumplir un deber de gratitud
para con las personas que han tenido a bien prestarnos su colaboración.
Como ya lo hemos explicado, las comunicaciones mediante golpes o,
dicho de otro modo, a través de la tiptología, son demasiado lentas e
incompletas para un trabajo de gran extensión; es por eso que nunca hemos
empleado este medio: todo ha sido obtenido a través de la escritura y por
intermedio de varios médiums psicógrafos. Nosotros mismos hemos
preparado las preguntas y coordinado el conjunto de la obra; las respuestas son
textualmente las que han sido dadas por los Espíritus; la mayoría han sido
escritas bajo nuestros ojos, siendo algunas extraídas de las comunicaciones
que nos han sido dirigidas por nuestros corresponsales, o que hemos recogido
en todos los lugares donde hemos estado para hacer estudios: con este fin, los
Espíritus parecen multiplicar ante nuestros ojos los temas de observación.
Los primeros médiums que han colaborado con nuestro trabajo son las
señoritas B..., cuya complacencia no nos ha faltado nunca: el libro ha sido
escrito casi enteramente por intermedio de las mismas y en presencia de un
numeroso público que asistía a las sesiones, en las cuales tenía el más vivo
interés. Más tarde, los Espíritus prescribieron la revisión completa en
reuniones particulares, para hacer allí todas las adiciones y correcciones que
ellos juzgaban necesarias. Esta parte esencial del trabajo ha sido realizada con
la colaboración de la señorita Japhet **,
que se ha prestado con la mayor
complacencia y el más completo desinterés a todas las exigencias de los
Espíritus, puesto que eran ellos los que designaban los días y las horas de sus
lecciones. El desinterés no sería aquí un mérito en particular, ya que los
Espíritus reprueban todo el tráfico que pueda hacerse con su presencia; mas la
señorita Japhet, que es igualmente una muy notable sonámbula, tenía su
tiempo empleado útilmente: pero ella ha comprendido que también le daría
una utilización provechosa al consagrarlo a la propagación de la Doctrina. En
cuanto a nosotros, hemos declarado desde el principio –y nos agrada
confirmarlo aquí– que nunca hemos pretendido hacer de El Libro de los
Espíritus el objeto de una especulación, debiendo su producto ser aplicado en
cosas de utilidad general; es por eso que siempre tendremos gratitud para con
aquellos que se asociaron, de corazón y por amor al bien, a la obra a la que nos
hemos consagrado.
ALLAN KARDEC
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** Calle Tiquetonne Nº 14. [Nota de Allan Kardec.]