Tal como lo hemos dicho, el Sr. Home es un médium del
género de aquellos bajo cuya influencia se producen más
especialmente fenómenos físicos, sin excluir por eso las
manifestaciones inteligentes. Todo efecto que revele la acción de
una voluntad libre es por esto mismo inteligente; es decir, que no es
puramente mecánico y que no podría ser atribuido a un agente
exclusivamente material; pero de ahí a las comunicaciones
instructivas de un alto alcance moral y filosófico, hay una gran
distancia, y no es de nuestro conocimiento que el Sr. Home las
obtenga de esta naturaleza. Al no ser un médium psicógrafo, la
mayoría de las respuestas son dadas por golpes que indican las letras
del alfabeto, procedimiento siempre imperfecto y demasiado lento,
que difícilmente se presta a desarrollos de una cierta extensión. No
obstante, él obtiene también la escritura, pero por otro medio del
cual hablaremos luego.
Para comenzar digamos que, como principio general, las
manifestaciones ostensibles –las que impresionan nuestros sentidos–
pueden ser espontáneas o provocadas. Las primeras son
independientes de la voluntad; a menudo ocurren contra la voluntad
de quien es objeto de las mismas, y al cual no siempre son
agradables. Los hechos de este género son frecuentes y, sin
remontarnos a los relatos más o menos auténticos de los tiempos
remotos, la Historia contemporánea nos ofrece de ellos numerosos
ejemplos, cuya causa, desconocida al principio, hoy es
perfectamente conocida: tales son, por ejemplo, los ruidos insólitos,
el movimiento desordenado de objetos, las cortinas corridas, las
cobijas arrancadas, ciertas apariciones, etc. Algunas personas están
dotadas de una facultad especial que les da el poder de provocar, al
menos en parte, esos fenómenos a voluntad, para decirlo así. En
absoluto esta facultad es muy rara y, en cien personas, por lo menos
cincuenta la poseen en un grado más o menos grande. Lo que
distingue al Sr. Home, es que dicha facultad está desarrollada en él –
como en los médiums de su fuerza– de una manera, por así decirlo,
excepcional. Algunos no obtienen más que golpes leves o el
desplazamiento insignificante de una mesa, mientras que bajo la
influencia del Sr. Home los ruidos más resonantes se hacen
escuchar, y todo el moblaje de un cuarto puede ser derribado,
colocándose los muebles unos sobre los otros. Por más extraños que
sean esos fenómenos, el entusiasmo de algunos admiradores
demasiado afanosos aún ha encontrado el medio de ampliarlos con
hechos puramente inventados. Por otro lado, los detractores no han
permanecido inactivos; han contado sobre él todo tipo de anécdotas que sólo han existido en su
imaginación. He aquí un ejemplo. El Sr. marqués de ..., uno de los
personajes que mayor interés ha demostrado en el Sr. Home y en
cuya casa era recibido en la intimidad, se encontraba un día en el
Teatro Ópera con este último. En una de las butacas se
encontraba el Sr. P..., uno de nuestros suscriptores, que conocía
personalmente a ambos. Su vecino entabla una conversación con él,
la cual recae sobre el Sr. Home: «¿Creeríais si os dijese que ese
pretenso hechicero, ese charlatán, ha encontrado un medio de entrar
en la casa del marqués de ...? Pero sus artificios han sido
descubiertos, y ha sido echado a puntapiés como a un vil intrigante.
–¿Estáis bien seguro de eso? –dice el Sr. P... ¿Conocéis al Sr.
marqués de...? –Ciertamente, replicó el interlocutor. –En este caso –
dice el Sr. P...–, observad aquel palco, donde podréis verlo en
compañía del Sr. Home en persona, el cual no parece haber recibido
puntapiés.» Ante eso, nuestro desafortunado narrador, no juzgando
oportuno proseguir la conversación, tomó su sombrero y no volvió a
aparecer. Se puede juzgar por esto el valor de ciertas aserciones.
Seguramente, si ciertos hechos divulgados por la maledicencia
fuesen reales, le habrían cerrado más de una puerta; pero como las
casas más honorables siempre le han abierto las puertas, debe
deducirse que siempre y por todas partes se ha conducido como un
caballero. Además, basta haber conversado alguna vez con el Sr.
Home para ver que con su timidez y simplicidad de carácter, sería el
más torpe de todos los intrigantes; insistimos en este punto por la
moralidad de la causa. Volvamos a sus manifestaciones. Como
nuestro objetivo es hacer conocer la verdad en interés de la ciencia,
todo lo que relatamos es extraído de fuentes tan auténticas que
podemos garantizar la más escrupulosa exactitud; hemos obtenido
esto de testigos oculares demasiado serios, esclarecidos y
distinguidos como para que su sinceridad pueda ser puesta en duda.
Si se dijese que esas personas han podido –de buena fe– ser víctimas
de una ilusión, responderíamos que hay circunstancias que escapan a
toda suposición de ese género; además, esas personas estaban
demasiado interesadas en conocer la verdad como para no
precaverse contra cualquier falsa apariencia.
El Sr. Home comienza generalmente sus sesiones con hechos
conocidos: golpes dados en una mesa o en cualquier otro lugar de la
residencia, procediendo como lo hemos dicho en otra parte. Luego
viene el movimiento de la mesa, que al principio solamente se opera
mediante la imposición de sus manos o las de varias personas
reunidas, y después a distancia y sin contacto; es una especie de
puesta en marcha. Muy a menudo no obtiene nada más; esto
depende de la disposición en la que se encuentre y a veces también
de la de los asistentes; existen personas que delante de las cuales
nunca ha producido nada, incluso tratándose de amigos suyos. No
nos extenderemos en estos fenómenos hoy tan conocidos y que no se
distinguen sino
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por su rapidez y por su energía. Frecuentemente después de varias
oscilaciones y balanceos, la mesa se levanta del suelo, se eleva
gradual y lentamente, despacio, por medio de pequeñas sacudidas,
no apenas algunos centímetros, sino hasta el techo, y fuera del
alcance de las manos; después de haber permanecido suspendida
algunos segundos en el espacio, desciende como había subido, lenta
y gradualmente.
Al ser un hecho adquirido la suspensión de un cuerpo inerte, y de
un peso específico incomparablemente mayor que el del aire, se
concibe que pueda suceder lo mismo con un cuerpo animado. No
nos hemos enterado que el Sr. Home haya operado sobre alguna otra
persona que no fuera en sí mismo, y aún así este hecho no se
produjo en París, aunque se ha comprobado que tuvo lugar varias
veces, tanto en Florencia como en Francia, y particularmente en
Burdeos, en presencia de los más respetables testigos que podríamos
citar si fuera necesario. Al igual que la mesa, él se ha elevado hasta
el techo, y después ha descendido de la misma manera. Lo que hay
de singular en este fenómeno, es que, cuando se produce, no
obedece a un acto de su voluntad, y él mismo nos ha dicho que no se
da cuenta de ello y que cree siempre estar en el suelo, a menos que
mire hacia abajo; solamente los testigos lo ven elevarse; en cuanto a
él, en ese momento siente la sensación producida por el balanceo de
un barco sobre las olas. Además, el hecho al que nos hemos referido
no es privativo del Sr. Home. La Historia cita más de un ejemplo
auténtico que relataremos ulteriormente.
De todas las manifestaciones producidas por el Sr. Home, la más
extraordinaria es indiscutiblemente la de las apariciones, por lo que
insistiremos más en las mismas, en razón de las graves
consecuencias que de ellas derivan y de la luz que derraman sobre
una multitud de hechos. Lo mismo sucede con los sonidos
producidos en el aire, con los instrumentos de música que tocan
solos, etc. Examinaremos esos fenómenos en detalle en nuestro
próximo número.
Al regresar de un viaje a Holanda, donde ha producido una
profunda sensación en la corte y en la alta sociedad, el Sr. Home
acaba de partir a Italia. Su salud, gravemente alterada, le exigía un
clima más benigno.
Confirmamos con placer lo que ciertos periódicos han informado
sobre un legado de 6.000 francos de renta que le ha sido hecho por
una dama inglesa convertida por él a la Doctrina Espírita, y en
reconocimiento de la satisfacción que ella ha sentido. El Sr. Home
merecía en todos los aspectos este honorable testimonio. Este acto,
por parte de la donadora, es un precedente al cual han de aplaudir
todos los que comparten nuestras convicciones; esperamos que un
día la Doctrina tenga su Mecenas: la posteridad ha de escribir su
nombre entre los bienhechores de la Humanidad. La religión nos
enseña la existencia del alma y su inmortalidad; el Espiritismo nos da su prueba palpable y viviente, no más por el razonamiento, sino
por los hechos. El materialismo es uno de los vicios de la sociedad
actual, porque engendra el egoísmo. En efecto, ¿qué existe fuera del
yo para quien relaciona todo a la materia y a la vida presente? La
Doctrina Espírita, íntimamente ligada a las ideas religiosas, al
esclarecernos sobre nuestra naturaleza, nos muestra la felicidad en la
práctica de las virtudes evangélicas; llama al hombre a sus deberes
para con Dios, para con la sociedad y para consigo mismo; ayudar a
su propagación es asestar el golpe mortal a la plaga del escepticismo
que nos invade como un mal contagioso; por lo tanto, ¡honor a los
que emplean en esta obra los bienes con que Dios los ha favorecido
en la Tierra!