En su Voyage aux sources du Nil (Viaje a las fuentes del Nilo), en
1768, James Bruce relata lo siguiente con respecto a Gingiro,
pequeño reino situado en la parte meridional de Abisinia, al este del
reino de Adal. Se trata de dos embajadores que Socinios, rey de
Abisinia, envió al papa, hacia 1625, y que debieron atravesar
Gingiro.
«Entonces fue necesario –dice Bruce– avisar al rey de Gingiro de
la llegada de la caravana y pedirle una audiencia; pero en ese
momento él estaba ocupado con una importante operación de magia,
sin la cual ese soberano nunca se atrevía a emprender nada.
«El reino de Gingiro puede ser considerado como el primero de
ese lado de África, donde se ha establecido la extraña práctica de
predecir el futuro
por la evocación de Espíritus y por una comunicación directa con el
diablo.
«El rey de Gingiro estimó que debía dejar pasar ocho días antes de
admitir en audiencia al embajador y a su acompañante, el jesuita
Fernández. En consecuencia, al noveno día, éstos recibieron el
permiso para ir a la corte, donde llegaron a la misma tarde.
«En el país de Gingiro nada se hace sin la ayuda de la magia. Se
ve por ahí cuán degradada se encuentra la razón humana a algunas
leguas de distancia. Que no vengan más a decirnos que se debe
atribuir esta debilidad a la ignorancia o al calor del clima. ¿Por qué
un clima cálido induciría más a los hombres a volverse magos que
un clima frío? ¿Por qué la ignorancia ampliaría el poder del hombre
a punto de hacerlo transponer los límites de la inteligencia común y
de darle la facultad de corresponderse con un nuevo orden de seres,
habitantes de otro mundo? Los etíopes que circundan casi toda
Abisinia son más negros que los de Gingiro; su país es más cálido y
son, como ellos, indígenas en los lugares que habitan desde el
comienzo de los siglos; sin embargo, no adoran al diablo, ni
pretenden tener comunicación con él; ni sacrifican hombres en sus
altares; en fin, no se encuentra entre ellos ningún vestigio de esta
indignante atrocidad.
«En las partes de África que tienen comunicación abierta con el
mar, el comercio de esclavos está en uso desde los siglos más
remotos; pero el rey de Gingiro, cuyos Estados se encuentran
ubicados casi en el centro del continente, sacrifica al diablo los
esclavos que no puede vender al hombre. Es ahí que comienza esta
horrible costumbre de derramar sangre humana en todas las
solemnidades. Ignoro –dice el Sr. Bruce– hasta dónde la misma se
extiende hacia el sur de África, pero considero Gingiro como el
límite geográfico del reino del diablo, del lado septentrional de la
península.»
Si el Sr. Bruce hubiese visto lo que hoy nosotros atestiguamos, no
encontraría nada de asombroso en la práctica de las evocaciones en
uso en Gingiro. Él sólo ve ahí una creencia supersticiosa, mientras
que nosotros encontramos la causa en los hechos de las
manifestaciones falsamente interpretadas, que han podido producirse
allí como en otra parte. El papel que la credulidad hace representar
aquí al diablo no tiene nada de sorprendente. En primer lugar,
notemos que todos los pueblos bárbaros atribuyen a un poder
maléfico los fenómenos que ellos no pueden explicar. En segundo
lugar, un pueblo tan atrasado como para sacrificar seres humanos no
puede atraer Espíritus superiores. Por lo tanto, la naturaleza de
aquellos que lo visitan no puede más que confirmarlo en su creencia.
Además, es preciso considerar que los pueblos de esa parte de África
han conservado
un gran número de tradiciones judías, mezcladas más tarde con
algunas ideas deformadas del Cristianismo, fuente donde han
extraído, como consecuencia de su ignorancia, la doctrina del diablo
y de los demonios.