Caracteres generales – Predominio del Espíritu sobre la materia;
deseo del bien. Sus cualidades y su poder para hacer el bien están en
razón del grado a que han llegado: unos tienen el conocimiento,
otros la sabiduría y otros la bondad; los más adelantados reúnen el
saber a las cualidades morales. Al no estar aún completamente
desmaterializados, conservan más o menos –según su rango– los
trazos de la existencia corporal, ya sea en la forma del lenguaje o en
sus hábitos, en los que incluso vuelven a encontrarse algunas de sus
manías; de otro modo, serían Espíritus perfectos.
Comprenden a Dios y al infinito, y gozan ya de la felicidad de los
buenos; son dichosos por el bien que hacen y por el mal que
impiden. El amor
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que los une es para ellos la fuente de una dicha inefable no alterada
por la envidia, ni por los remordimientos, ni por ninguna de las
malas pasiones que atormentan a los Espíritus imperfectos; pero,
aún, todos ellos han de pasar pruebas hasta que alcancen la
perfección absoluta.
Como Espíritus, inspiran buenos pensamientos, apartan a los
hombres de la senda del mal, protegen durante la vida a los que se
hacen dignos de su protección y neutralizan la influencia de los
Espíritus imperfectos sobre los que no se complacen en tolerarla.
Como encarnados son buenos y benévolos para con sus
semejantes; no están movidos por el orgullo, ni por el egoísmo, ni
por la ambición; no sienten odio, rencor, envidia ni celos y hacen el
bien por el bien mismo.
A este orden pertenecen los Espíritus designados en las creencias
vulgares con los nombres de genios buenos, genios protectores y
Espíritus del bien. En tiempos de superstición e ignorancia se ha
hecho de ellos divinidades benéficas.
Se los puede igualmente dividir en cuatro grupos principales.