EL GÉNESIS LOS MILAGROS Y LAS PROFECÍAS SEGÚN EL ESPIRITISMO

Allan Kardec

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16. Con la idea de que la actividad y la cooperación individuales, en la obra general de la civilización, están limitadas a la vida presente, que antes no fue nada y que nada será después, ¿qué le interesa al hombre el progreso posterior de la humanidad? ¿Qué le importa que en el futuro los pueblos sean mejor gobernados, más felices, más ilustrados, más buenos los unos para con los otros? Visto que de todo eso no extraerá ningún provecho, ¿no queda invalidado el progreso para él? ¿De qué le vale trabajar para los que vendrán después de él, si nunca los conocerá, si son seres nuevos que gradualmente también habrán de regresar a la nada? Bajo el dominio de la negación del porvenir individual, todo se ve reducido forzosamente a las mezquinas proporciones del ahora y de la personalidad.


Por el contrario, ¡qué amplitud le otorga al pensamiento del hombre la certeza de la perpetuidad de su ser espiritual! ¡Qué puede ser más racional, más grandioso y más digno del Creador, que esa ley según la cual la vida espiritual y la vida corporal son apenas dos aspectos de la existencia, que se alternan a fin de que se lleve a cabo el progreso! ¡Qué puede ser más justo y consolador, que la idea de que los mismos seres progresan sin cesar, primero a través de las generaciones de un mismo mundo; y después, de un mundo a otro hasta la perfección, sin solución de continuidad! En ese caso, todas las acciones tienen una finalidad, puesto que al trabajar para todos, cada uno trabaja para sí mismo, y a la recíproca; de ese modo, nunca son estériles el progreso individual ni el general. Se trata de un progreso del que sacarán provecho las generaciones y las individualidades futuras, que no serán otras que las generaciones y las individualidades pasadas, pero con un grado más elevado de adelanto.