EL CIELO Y EL INFIERNO o La Justicia Divina según el Espiritismo

Allan Kardec

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2. “Nosotros creemos firmemente -expresa un Concilio general y ecuménico-, (2) que no hay más que un solo Dios verdadero, eterno e infinito, el cual al principio del tiempo formó toda criatura de la nada, la espiritual y la corporal, la angélica y la mundana, y enseguida formó, como medio entre las dos, la naturaleza humana, compuesta de cuerpo y espíritu.


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(2). Concilio de Letrán.


“Tal es, según la fe, el plan divino en la obra de la Creación, plan majestuoso y completo, como convenía a la sabiduría eterna. Así concebido, presenta el ser a nuestros pensamientos en todos los grados y en todas las condiciones. En la esfera más elevada aparecen la existencia y la vida puramente espiritual: en la más baja, la puramente material, y en medio, separándolas, una maravillosa unión de las dos sustancias, una vida común a la vez al espíritu inteligente y al cuerpo orgánico.


“Nuestra alma es de una naturaleza simple e invisible, pero limitada en sus facultades. La idea que tenemos de la perfección nos hace comprender que puede haber otros seres simples como ella y superiores por sus cualidades y privilegios.


“El alma es grande y noble, pero está asociada a la materia, servida por frágiles órganos, limitada en su acción y en su potencia. ¿Por qué no ha de haber otras naturalezas más nobles aún, libres de esta esclavitud y de estas trabas, dotadas de una fuerza más grande y de una actividad incomparable? Antes que Dios colocara al hombre en la Tierra para conocerle, amarle y servirle, ¿no pudo llamar a otras criaturas para componer su corte celeste, y para adorarle en la morada de su gloria? Dios, en fin, recibe de las manos del hombre el tributo del honor y el homenaje de este Universo. ¿Es extraño que reciba de las manos del ángel incienso y la oración del hombre? Si los ángeles no existiesen, la gran obra del Creador no tendría el coronamiento y la perfección de que era susceptible este mundo que atestigua su omnipotencia. No sería la obra maestra de su sabiduría. Nuestra misma razón, aunque frágil y débil, podría fácilmente concebirse más completo y más acabado.


“En cada página de los libros sagrados del antiguo y del nuevo Testamento, se hace mención de estas inteligencias, en invocaciones piadosas, o en rasgos históricos. Su intervención aparece manifiestamente en la vida de los patriarcas y de los profetas. Dios se sirve de su ministerio unas veces para intimar su voluntad, otras para anunciar los acontecimientos futuros. Hace de ella casi siempre los órganos de su justicia o de su misericordia.


“Su presencia se halla mezclada en las diversas circunstancias del nacimiento, de la vida y de la pasión del Salvador, su recuerdo es inseparable del de los grandes hombres y del de los hechos más importantes de la antigüedad religiosa.


“Se encuentra también en el seno del politeísmo y bajo las fábulas de la mitología, porque la creencia de que se trata es tan antigua y tan universal como el mundo. El culto que rendían los paganos a los buenos y a los malos genios no era más que una falsa aplicación de la verdad, un resto degenerado del dogma primitivo.


“Las palabras del Santo Concilio Letrán contienen una distinción fundamental entre los ángeles y los hombres. Ellas nos enseñan que los primeros son puros espíritus, mientras que los últimos están compuestos de un cuerpo y un alma. Esto es, que la naturaleza angélica se sostiene por sí misma, no solamente sin mezcla, sino también sin asociación real posible con la materia, por ligera y sutil que se la suponga, mientras que nuestra alma igualmente espiritual está asociada a un cuerpo de manera que no forma con él más que una sola misma persona, y tal es esencialmente su destino.


“Mientras dure esta unión tan íntima del alma con el cuerpo, estas dos sustancias tienen una vida común, y ejercen la una sobre la otra una influencia recíproca. El alma no puede librarse enteramente de la condición imperfecta que de esto resulta para ella. Sus ideas le llegan por los sentidos, por la comparación de los objetos exteriores, y siempre bajo imágenes más o menos aparentes. De ahí se sigue que no puede contemplarse a sí misma y que no puede representarse a Dios y a los ángeles sin suponerle alguna forma visible y palpable. Por esto los ángeles, para hacerse ver de los santos y de los profetas, han debido recurrir a figuras corporales. Pero estas figuras no son más que cuerpos aéreos o atributos simbólicos en relación con la misión de que estaban encargados.


“Su ser y sus movimientos no están localizados y circunscritos en un punto fijo y limitado del espacio. No estando adheridos a ningún cuerpo, no pueden ser detenidos y limitados, como lo somos nosotros, por otros cuerpos. No ocupan ningún sitio y no llenan ningún vacío, pero del mismo modo que nuestra alma está completa en nuestros cuerpos y en cada una de sus partes, del mismo modo lo están ellos en todos los puntos y en todas las partes del mundo. Más rápido que el pensamiento, pueden en un abrir y cerrar de ojos estar en todas partes y obrar por sí mismos, sin otros obstáculos a sus intentos que la voluntad de Dios y la resistencia de la libertad humana.


“Mientras nosotros estamos reducidos a ver poco a poco, y hasta cierto punto nada más, las cosas que están fuera de nosotros, y las verdades del orden sobrenatural nos aparecen como un enigma y en un espejo, siguiendo la expresión del apóstol San Pablo, ellos ven sin esfuerzo lo que les conviene saber y están en relación inmediata con el objeto de su pensamiento. Sus conocimientos no son resultado de la inducción y del raciocinio, sino de esa intuición clara y profunda que abraza todo el género y las especies que derivan de éste, los principios y las consecuencias que de ellos dimanan.


“La distancia de los tiempos, la diferencia de los lugares, la multiplicación de los objetos no pueden producir ninguna confusión en su espíritu.


“La esencia divina, siendo infinita, es incomprensible. Tiene misterios y arcanos que no pueden penetrarse. Los designios particulares de la Providencia les están ocultos. Pero les revela el secreto cuando les encarga, en ciertas circunstancias, anunciarlos a los hombres.


“Las comunicaciones de Dios con los ángeles, y de los ángeles entre sí, no se hace como entre nosotros por medio de sonidos articulados y otros signos sensibles. Las puras inteligencias no tienen necesidad de los ojos para ver ni de los oídos para oír. Tampoco tienen el órgano de la voz para manifestar sus pensamientos. Este intermediario habitual de nuestras conversaciones no les es necesario, pero comunican sus sentimientos de una manera que les es propia, y enteramente espiritual. Para ser comprendidos les basta quererlo.


“Sólo Dios conoce el número de los ángeles. Este número, sin duda, no puede ser infinito y no lo es. Pero según los autores sagrados y los santos doctores, es muy considerable y verdaderamente prodigioso. Si es natural proporcionar el número de habitantes de una ciudad a su grandeza y a su extensión, no siendo la Tierra más que un átomo en comparación con el firmamento y con las inmensas regiones del espacio, es preciso deducir que el número de los habitantes del cielo y del aire es mucho más grande que el de los hombres.


“Puesto que la majestad de los reyes consiste en el esplendor del número de sus súbditos, de sus oficiales y de sus servidores, ¿qué hay más adecuado, para darnos una idea del Rey de los reyes, que esta multitud innumerable de ángeles que puebla el cielo y la tierra, el mar y los abismos, y la dignidad de los que permanecen sin cesar prosternados o de pie ante su trono?


“Los padres de la iglesia y los teólogos enseñan generalmente que los ángeles están distribuidos en tres grandes jerarquías o principados, y cada jerarquía en tres compañías o coros.


“Los de la primera y más alta jerarquía se designan en relación con las funciones que desempeñan en el cielo. Los unos se llaman serafines, porque están ante Dios abrasados en el fuego de la caridad; otros tronos y coros, porque proclaman su grandeza y la hacen resplandecer.


“Los de la segunda jerarquía reciben sus nombres de las operaciones que se les atribuye en el gobierno general del Universo. Estos son: Las dominaciones, que señalan a los ángeles de los órdenes inferiores, sus misiones y sus cargos. Las virtudes, que cumplen los prodigios, reclamados por los grandes intereses de la iglesia y del género humano. Las potencias, que protegen con su fuerza y su vigilancia las leyes que rigen el mundo físico y moral.


“Los de la tercera categoría están encargados de la dirección de las sociedades y de las personas. Son los principados, que se transmiten los mensajes de la más alta importancia. Los ángeles guardianes, que nos acompañan, velando por nuestra seguridad y nuestra santificación.”