Revista espírita — Periódico de estudios psicológicos — 1858

Allan Kardec

Volver al menú
Resulta de las explicaciones anteriores que el hecho en sí mismo no es sobrenatural ni milagroso. ¡Cuántos fenómenos de este mismo género, en los tiempos de ignorancia, habrán impresionado a las imaginaciones demasiado inclinadas a lo maravilloso! Por lo tanto, es un efecto puramente físico que presagia un nuevo paso en la Ciencia fotográfica.

Como se sabe, el periespíritu es la envoltura semimaterial del Espíritu; no es solamente después de la muerte que el Espíritu está de él revestido; durante la vida está unido al cuerpo: es el lazo entre el cuerpo y el Espíritu. La muerte no es sino la destrucción de la envoltura más grosera; el Espíritu conserva la segunda, que afecta la apariencia de la primera, como si de ésta hubiese retenido la impresión. El periespíritu es generalmente invisible, pero, en algunas circunstancias, se condensa y se combina con otros fluidos, volviéndose perceptible a la vista y algunas veces hasta tangible; es a él que se ve en las apariciones.

Cualquiera que sean la sutileza y la imponderabilidad del periespíritu, éste no deja de ser una especie de materia, cuyas propiedades físicas nos son todavía desconocidas. Por lo tanto si es materia, puede actuar sobre la materia; esta acción es patente en los fenómenos magnéticos; acaba de revelarse en los cuerpos inertes por la impresión que la imagen del Sr. Badet ha dejado sobre el vidrio. Esta impresión ha tenido lugar cuando él estaba encarnado; ella se ha conservado después de su muerte, pero era invisible; ha sido preciso –por lo que parece– la acción fortuita de un agente desconocido, probablemente atmosférico, para volverla aparente. ¿Qué tendría eso de asombroso? ¿No se sabe que se pueden hacer desaparecer y revivir a voluntad las imágenes daguerrotipadas? Citamos esto como comparación, sin pretender que se tenga la similitud de procedimientos. De esta manera, sería el periespíritu del Sr. Badet que, al exteriorizarse del cuerpo de este último, habría a la larga, y bajo el imperio de circunstancias desconocidas, ejercido una verdadera acción química sobre la substancia vítrea, análoga a la de la luz. Indiscutiblemente, la luz y la electricidad debieron desempeñar un gran papel en este fenómeno. Queda por saber cuáles son esos agentes y esas circunstancias; es lo que probablemente se sabrá más adelante, y no será uno de los descubrimientos menos curiosos de los tiempos modernos.

Si es un fenómeno natural, dirán aquellos que niegan todo, ¿por qué es la primera vez que se produce? Nosotros les preguntaremos, a nuestro turno, ¿por qué las imágenes daguerrotipadas sólo fueron fijadas después de Daguerre, aunque no haya sido él quien inventó la luz, ni las placas de cobre, ni la plata, ni los cloruros? Desde largo tiempo que se conocen los efectos de la cámara oscura; una circunstancia fortuita la ha puesto sobre el camino de la fijación; después, con la ayuda del genio, de perfección en perfección, se ha llegado a las obras maestras que vemos hoy. Probablemente sucederá lo mismo con el fenómeno extraño que acaba de revelarse; ¿y quién sabe si él ya no se ha producido y si no ha pasado desapercibido por falta de un observador atento? La reproducción de una imagen sobre un vidrio es un hecho común, pero la fijación de esta imagen en otras condiciones que las de la fotografía, el estado latente de esta imagen y después su reaparición, he aquí lo que se debe registrar en los fastos de la Ciencia. Si creemos en los Espíritus, debemos esperar muchas otras maravillas de las cuales varias nos fueron señaladas por ellos. Por lo tanto, honor a los sabios demasiado modestos como para no creer que la Naturaleza dio vuelta para ellos la última página de su libro.

Si ese fenómeno se produjo una vez, podrá volver a repetirse. Probablemente es lo que tendrá lugar cuando del mismo se tenga la clave. A la espera de esto, he aquí lo que contaba uno de los miembros de la Sociedad en la sesión de la cual hablamos:

«Yo vivía –dijo él– en una casa en Montrouge; era verano y el sol brillaba por la ventana; sobre la mesa se encontraba un botellón lleno de agua, y debajo del botellón una esterilla; de repente, la esterilla se prendió fuego. Si nadie hubiera estado allí, se podría haber producido un incendio sin que se supiese la causa. Experimenté centenas de veces producir el mismo efecto, pero nunca conseguí.» La causa física de la combustión es bien conocida: el botellón produjo el efecto de un vidrio ardiente; pero ¿por qué no se ha podido reiterar la experiencia? Es que, independientemente del botellón y del agua, había el concurso de circunstancias que operaron de una manera excepcional la concentración de los rayos solares: tal vez el estado de la atmósfera, de los vapores, las cualidades del agua, la electricidad, etc., y todo eso, probablemente, en ciertas proporciones precisas; de ahí la dificultad de que justo coincidan las mismas condiciones y la inutilidad de las tentativas para producir un efecto semejante. Por lo tanto, he aquí un fenómeno enteramente del dominio de la Física, del cual nos damos perfecta cuenta con respecto al principio y que, sin embargo, no se puede repetir a voluntad. ¿Vendría al pensamiento del escéptico más endurecido negar el hecho? Seguramente que no. Entonces, ¿por qué esos mismos escépticos niegan la realidad de los fenómenos espíritas? (Hablamos de las manifestaciones en general.) ¿Porque ellos no pueden manipularlos a su voluntad? No admitir que fuera de lo conocido pueda haber nuevos agentes regidos por leyes especiales; negar esos agentes porque no obedecen a las leyes que conocemos es, en verdad, dar prueba de poca lógica y mostrar un espíritu bien limitado.

Volvamos a la imagen del Sr. Badet; se harán, sin duda, como nuestro colega con su botellón, numerosos ensayos infructuosos antes de tener éxito, y eso hasta que una feliz contingencia o el esfuerzo de un poderoso genio haya dado la clave del misterio; entonces, esto se volverá probablemente un arte nuevo con el cual se enriquecerá la industria. De aquí escuchamos a una cantidad de personas decir: pero hay un medio muy simple de tener esta clave: ¿por qué no se la piden a los Espíritus? Es este el caso de señalar un error en el cual cae la mayoría de los que juzgan la ciencia espírita sin conocerla. Recordemos primeramente este principio fundamental: todos los Espíritus están lejos de saber todo, como se creía en otros tiempos.

La escala espírita nos da la medida de su capacidad y de su moralidad, y la experiencia confirma a cada día nuestras observaciones al respecto. Por lo tanto, los Espíritus no saben todo, y hay algunos que en todos los aspectos son bien inferiores a ciertos hombres; he aquí lo que nunca es preciso perder de vista. Autor involuntario del fenómeno que nos ocupa, el Sr. Badet, Espíritu, revela una cierta elevación por sus respuestas, pero no una gran superioridad; él se reconoce a sí mismo inhábil para dar una explicación completa: «Esto será, dice él, la obra de otros Espíritus y del trabajo humano». Estas últimas palabras son toda una enseñanza. En efecto, sería demasiado cómodo no tener más que interrogar a los Espíritus para hacer los descubrimientos más maravillosos; entonces, ¿dónde estaría el mérito de los inventores, si una mano oculta ya les viniera a dar la tarea medio hecha y les evitase el trabajo de investigar? Sin duda, más de uno no tendría escrúpulos en registrar una patente de invención en su propio nombre, sin mencionar al verdadero inventor. Agreguemos que semejantes preguntas son siempre hechas con fines interesados y con la esperanza de una fortuna fácil, cosas que son muy malas recomendaciones ante los Espíritus buenos; además, éstos nunca se prestan a servir de instrumentos para un comercio. El hombre debe tener su propia iniciativa, sin la cual se reduce al estado de máquina; debe perfeccionarse a través del trabajo: es una de las condiciones de su existencia terrestre; también es preciso que cada cosa venga a su tiempo y por los medios que a Dios le agrade emplear: los Espíritus no pueden desviar los caminos de la Providencia. Querer forzar el orden establecido es ponerse a merced de los Espíritus burlones que halagan la ambición, la codicia, la vanidad, para después reírse de las decepciones que causan. Muy poco escrupulosos en su naturaleza, dicen todo lo que quieren, dan todas las recetas que se les piden, y si fuera necesario las apoyarán con fórmulas científicas, aunque no tengan más valor que las recetas de los charlatanes. Por lo tanto, aquellos que han creído que los Espíritus les van a abrir minas de oro, que se desengañen; su misión es más seria. «Trabajad, haced esfuerzos: es en verdad lo que os falta», ha dicho un célebre moralista del cual daremos posteriormente una notable conversación del Más Allá; a esta sabia máxima, la Doctrina Espírita agrega: Es a éstos que los Espíritus serios vienen en ayuda por las ideas que les sugieren o por consejos directos, y no a los perezosos que quieren disfrutar sin hacer nada, ni a los ambiciosos que quieren tener el mérito sin el esfuerzo. Ayúdate, que el Cielo te ayudará.